David Torres
18 octubre 2013
Últimamente los
catalanes están muy metafísicos. Se preguntan continuamente por la
independencia, por la existencia e incluso por la esencia, que son todos ellos
conceptos bastante resbaladizos. Sólo la independencia ya resulta un problema
peliagudo desde cualquier punto de vista. Duran i Lleida, por ejemplo, ve la
independencia catalana muy imposible, lo cual recuerda aquel diálogo genial de
Cary Grant:
-¿Es usted soltero?
-Muy soltero.
Replicaba Cary Grant,
haciendo hincapié en el adverbio de cantidad. ¿Puede engordar la imposibilidad
igual que un notario? Por lo visto, sí. Duran i Lleida está braceando en la
misma charca de nada existencial que aquellos dos personajes de Las
cosmicómicas, de Italo Calvino, quienes, mucho antes del big bang, y
sólo por divertirse, apostaban si habría universo o no:
-¿Apostamos a que hoy
se vienen los átomos?
-¡Pero, por favor,
átomos! Yo apuesto a que no, todo lo que quieras.
-¿Apostarías también
equis?
-¡Equis elevado a ene!
Desde su suite del
hotel Palace, al lado de las Cortes, cada mañana Duran i Lleida se hace la
pregunta eterna de Shakespeare y la responde él mismo con la contundencia de
Schwarzenegger, sosteniendo no una calavera, que es muy macabro, sino un churro
madrileño sumergido en café:
-¿Ser o no ser?
-No ser.
Tal vez le convendría
haber sopesado antes un poco la cuestión de la independencia lo mismo que hacía
Little Bill con el dilema de la inocencia en Sin perdón:
-Little Bill, has
matado a un hombre independiente.
-¿Independiente?
¿Independiente de qué?
Albert Pla, otro
eminente filósofo catalán, ha enfocado este embrollo metafísico desde una
posición existencialista, al estilo de Sartre en La náusea:
-A mí me da asco ser
español.
-¿A ratos?
-No. Siempre. Y espero
que le dé asco a todo el mundo.
-¿También a los
daneses y a los australianos?
-También.
Hombre, eso es una
ingente cantidad de asco. Si Pla hubiera reflexionado en frío sobre su
repugnancia, habría caído en la cuenta de que la suya es una postura
eminentemente española. Más español no se puede ser. Ya lo advertía Joaquín
Bartrina, que por algo era poeta y catalán:
Oyendo hablar a un
hombre, fácil es
saber donde vio la luz
del sol.
Si alaba a Inglaterra,
será inglés,
si os habla mal de
Prusia, es un francés,
y si habla mal de
España, es español.
Sánchez-Dragó, por
ejemplo, echa pestes de España en cuanto le rebosa la bilis, se declara
apátrida, se larga a Tailandia a airear el pulmón y hasta ha inventado una
ristra de neologismos para referirse al país (Vandalia es el más célebre de
todos). Al mismo tiempo, al igual que Pla, Dragó no deja de trabajar para
instituciones españolas (ayuntamientos, televisiones públicas, comunidades autónomas)
a la menor ocasión que se le presenta.
-Pero, hombre, ¿a
usted no le daba asco ser español?
-Siempre, excepto a la
hora de cobrar.
Esta contradicción
fundamental entre la esencia y la existencia me la explicó mi amigo Javier
Blanco Urgoiti, que un día se encontró en una comilona a un conocido
judío que siempre hacía gala de su cultura kosher abalanzándose a
dos carrillos sobre un plato de jamón pata negra.
-Pero tú, ¿no eras
judío?
-Para
el jamón no.
Fuente: www.publico.es

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