Aniversario del nacimiento de robert
capa
'Muerte de un miliciano', tomada el
5 de septiembre de 1936, por Robert Capa. (ICP)
18/10/2013 (06:00)
Ese
día protegió su cámara Contax con hule. Marchaba con las tropas de asalto
norteamericanas en una de las barcazas que se aproximaban a la costa de Normandía,
para iniciar la reconquista de Europa. “Yo soy un jugador. Decidí acompañar a
la Compañía E en la primera Oleada”. Recuerda el suelo de la nave, repleto de
vómitos y agua. El día D, en aquel verano de 1944, Robert Capa salió de
su anfibio, tiró su abrigo y llegó hasta la playa Easy Red abriéndose
camino entre un mar de cadáveres flotantes.
“No
tardó en aguarme el regreso una ametralladora alemana que pronto comenzó
a acribillar la barcaza. Los soldados se sumergieron hasta la barbilla. El agua
por la cintura, los fusiles de asalto listos para disparar y los obstáculos y
el humo de la playa como trasfondo formaban una escena perfecta para el
fotógrafo. Me detuve un segundo en la pasarela con la intención de tomar la
primera foto seria de la invasión. El piloto, con una comprensible prisa por
salir pitando de allí, pensó que estaba sufriendo una comprensible inseguridad
y me ayudó a decidirme con una patada muy bien ajustada al culo. El agua
estaba fría y la playa quedaba a más de cien metros. Las balas abrían
pequeños huecos en el agua a mi alrededor. Intenté alcanzar el primer obstáculo
de acero”.
Aquel
día Robert Capa tampoco murió, y le dio tiempo a escribir sus memorias de
“jugador” en la Segunda Guerra Mundial, que fueron difundidas con el título Ligeramente
desenfocado (publicado aquí por La Fábrica). El próximo martes, el
húngaro-judío Endre Friedmann cumpliría 100 años si no hubiese muerto
como Robert Capa, el fotógrafo de guerra más importante de la historia,
en acto de servicio en Vietnam, en mayo de 1954.
Un siglo para celebrar que 77 años
después de haber hecho la foto en combate más famosa de la historia, de
haberse convertido en un icono en el mismo momento en que Life la
publica, las dudas no se despejan sobre la extraordinaria carrera de
Capa. Un miliciano que se derrumba por un disparo tiene la culpa. Una foto que
le ofreció a los 21 años lo que fue buscando a la Guerra Civil española: la
fama. Y de la que acabaría harto con el paso del tiempo, como el que trata
de librarse de su propia sombra.
Federico
Borrel García, herido de muerte cerca del pueblo de Cerro Muriano, al norte
de Córdoba, el miliciano, seguirá cayendo derrotado en la mente de todos
nosotros. El soldado muerto más famoso, que no descansa en paz. Por eso es la
favorita de Joan Fontcuberta (Premio Nacional de Fotografía y Premio
Nacional de Ensayo) de todas las que hizo el fotoperiodista. “Me parece la
mejor foto de Capa, porque es la fotografía más falsa”, explica a este
periódico de manera rotunda.
De
verdad, mentira
“Ha
demostrado que no hay una frontera nítida entre la información y la propaganda,
entre la ficción y el testimonio. Es el ejemplo perfecto del terreno pantanoso
en el que se mueve la imagen, porque nace de una voluntad de relato más que
un reflejo de la verdad”, explica el fotógrafo y ensayista, que ha
cimentado su creación, precisamente, a partir del paradigma de la falsa verdad
de la fotografía.
Al
hilo de la reflexión de la imagen del miliciano se pregunta Fontcuberta por la
función del reportero hoy. “Capa nunca escondió que quería defender su
ideología y luchó por lo que él creía. Para él fue más importante el
posicionamiento político que la verdad”, a pesar de que las infinitas
biografías del húngaro dibujen a un ser más preocupado por sí mismo que por la
lucha antifascista.
Pero
el mito en la figura de Capa crece y se multiplica hasta tocar la
mistificación. Así lo ve José Manuel Navia, el fotógrafo
documentalista de referencia. La antítesis de Robert Capa. Si uno trabajaba con
el acontecimiento, el otro con el reconocimiento; uno con la violencia, otro
con la identidad; uno con la denuncia de la barbarie humana, otro con las
raíces del hombre. Para Navia, Capa es un “montaje fantástico”, un
personaje de película, además de un grandísimo fotógrafo.
“Se
mueve en el mundo de la espectacularidad. No me interesan las imágenes
icónicas, como la del miliciano o la de los guardias civiles de Eugene
Smith”. Ese no es el mundo que le interesa al fotógrafo madrileño. “No creo
en ese tipo de fotografía, como tampoco creo en la literatura de combate. Creo
en la buena fotografía, en la que respeta a la realidad. La que se arriesga y
va sin red. No me interesan los creadores de iconos”, cuenta. Acaba de
publicar el libro Nóstos (Ediciones Anómalas), donde queda patente su
interés por la fotografía de significado múltiple. “Es múltiple la imagen
siempre, aunque sea una sola”, recoge estas palabras de María Zambrano
en el libro. Un manifiesto de intenciones en una sola frase.
El
fotomontaje
Unívocas
y nítidas. Así son las imágenes de un fotoperiodista. Un titular. Un disparo.
Un golpe que resuma, que concentre, que exprima la realidad de un vistazo. La
sinopsis de una guerra. Pero Navia no perdona la “mentira”, porque engaña
los códigos y “rompe un pacto con el lector y un pacto consigo mismo”.
Navia es templado, pero aquí se mueve con vehemencia. La traición al lector le
parece imperdonable. “Él la publica como el momento de la muerte de un
miliciano y es un montaje. Entiendo que los fotógrafos sigan defendiéndola
porque es una grandísima foto, pero no la critican porque te jode que te
rompan el juguete”.
Piensa
en la foto que más le gusta de Capa y no lo duda. Una pared en la que han
quedado grabados los impactos de bala. Un ajusticiamiento, pero sin la
presencia de las víctima. Como sus fotos.
La
escritora gallega Susana Fortes, autora de Esperando a Robert Capa
(Planeta), ganadora del Premio Fernando Lara de novela, también duda de la
veracidad de la fotografía. En su novela revive a aquel Capa de 21 años, en una
guerra en la que se ha comprometido políticamente, rodeado de soldados anarquistas
de su edad. “Imagina la situación: calma en el frente y él quiere su foto. Los
otros le dan su foto, suben y bajan la colina. Es la interpretación más
fiable”.
Pero
Fortes aclara que el pie de foto lo pone el editor. La foto se convierte en
icono en ese mismo momento, cuando en la mesa de Life interpretaron la
muerte. “De todas maneras, esa foto no le aporta ni le quita a Capa nada como
excelente fotógrafo. La imagen se convierte en icono más allá de la voluntad
del fotógrafo. Era intuitivo, pero no fue el responsable de convertirla en
icono. Defiendo el valor icónico de la foto, al margen de las circunstancias
que rodean su creación.
La escritora también piensa en su
foto favorita y se queda con una en la que una niña está recostada sobre
unos sacos terreros, cubierta por la guerrera de un miliciano, a la salida
de Barcelona. “Está seria y tranquila, con una mirada que refleja la guerra. Capa
no necesita sangre ni cuerpos fragmentados para captarla. Es un magnífico
retratista de perdedores”. No quiere olvidarse de las del desembarco de
Normandía.
Una
pérdida irreparable
En
esas fotos míticas John G. Morris (Chicago, 1916) tuvo una importancia
clave. “Siempre me perseguirá el fantasma de lo que perdimos”, dijo a este periódico el editor de Life en
aquel momento y responsable de la pérdida de la mayor parte de los negativos
por un error en la temperatura en el momento de secado. La emulsión de la
película se estropeó en el laboratorio. Irrecuperable.
“Capa
no se tomó mal la noticia de que habíamos derretido la emulsión de sus fotos
y jamás habló conmigo de ello. Sin embargo, la agria decepción por la
destrucción del resto de imágenes queda discretamente documentada en cartas que
escribió a su madre y hermano”, cuenta Morris en su biografía, de casi 500
páginas, ¡Consigue la foto! Una historia personal del fotoperiodismo (publicado
por La Fábrica).
El
periodista Pascual Serrano cree que la foto del miliciano es cierta. En
su libro Contra la neutralidad: en defensa del periodismo libre
(Península), dedica a Capa un capítulo como ejemplo de periodista no neutral
que nos ayudó a entender el mundo, sin renunciar al mejor periodismo. “Si ese
hombre no hubiera muerto sería un fraude. Lo fundamental es que la foto sea
verdad. No vas a cambiar la historia con una foto falsa, pero sí el rigor del
fotógrafo”, explica poniéndose en el caso de que todo hubiera sido un montaje.
“La
imagen no vale más de mil palabras”, dice, porque una foto “apela a la
emoción y si quieres explicar algo tan complejo como una guerra las imágenes no
lo pueden hacer, lo hacen los argumentos”. Entre sus fotos preferidas de Capa
se encuentra aquella en las calles de París, donde los franceses liberados del
yugo nazi humillan a una mujer que colaboró con el ejército de Hitler y tuvo un
hijo con uno de ellos. “Capa se preocupa por ella, porque ante el débil no
puede evitar la injusticia”, dice.
La
moral de la imagen
¿Cuál es la mejor fotografía de Robert Capa? Ni siquiera él
se atrevió a decirlo. Aunque hay una anécdota que revela la exigencia del
personaje. La cuenta el editor Mario Muchnik, aficionado a la
fotografía: Capa y Cartier-Bresson conversan sobre una foto y el francés
le pregunta cuántas fotos buenas ha hecho. “Dos, ¿y tú?”. Cartier-Bresson
responde: “Una”. A Muchnik no le interesa la foto como arte, sino es como el
arte del fotoperiodismo. “La bondad de una foto es el resultado de un contenido
moral como fotógrafo y el encuadre de la realidad. Todo lo demás sobra:
sólo está el fotógrafo y la decisión que toma en una fracción de segundo. Eso
las máquinas no pueden hacerlo”.
Miguel
Roig, director creativo-ejecutivo de la agencia Saatchi & Saatchi en
España, autor de Belén Esteban y la fábrica de porcelana y Las dudas
de Hamlet. Leticia Ortiz y la transformación de la monarquía española
(ambos ensayos en Península), vincula la foto a una larga tradición pictórica
con Los fusilamientos del 3 de Mayo de Goya y Guernica de Picasso.
“Los tres artistas, Goya, Picasso y Cappa se superponen, conversan y
testifican. Hay mito en los tres, verdad y mentira. El mito de la
resistencia, la verdad de la guerra y la mentira si no asumimos el fuera de
cuadro. En Bombardeo en Barcelona –una de mis fotos favoritas–, vemos a
una mujer correr ante la estatua de Colón flanqueada por un perro que le sigue
el paso casi jugando. Sin el título uno puede llegar a pensar que el rictus de
la mujer no es de pánico, sino una sonrisa cómplice al perro”.
En
los campos de concentración liberados Capa se hunde. La duda moral le
consume durante el tiempo de inacción. En sus escritos se pregunta si tiene
sentido la sobredosis de horror. Teme que el efecto sea la insensibilización
del espectador. Capa fue un visionario en este miedo, que con los años se
ha hecho realidad. Pero también se siente derrotado por la exposición a tanto
dolor y a su papel entre él. Duda del aprovechamiento que lleva a cabo: “En el
tren de vuelta, con aquellos rollos de película bien aprovechados en mi bolsa, sentí
odio hacia mí mismo y hacia mi profesión. Ese tipo de fotografía era apta
sólo para sepultureros, y yo no quería ser uno. Si tenía que participar
en un funeral, juré que lo haría desde el cortejo”. El malestar de conciencia
de una mirada al límite.
Fuente:
www.elconfidencial.com
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