Han pasado 80 años desde el golpe de Estado del general Sanjurjo contra la
República
Fuera de la
capital andaluza, sin embargo, nadie consiguió sumarse al golpe, y Sanjurjo, al
comprobar que se había quedado solo y que sus subordinados se negaban a
enfrentarse con las tropas procedentes de Madrid, abandonó la ciudad. Fue
detenido en Huelva, unas horas después, cuando intentaba ganar la frontera
portuguesa. Así acabó lo que se conoció después como la “sanjurjada”, la
primera sublevación militar contra la República, poco más de un año después de
su proclamación.
Ruidos de
sables hubo ya desde el verano de 1931, cuando se conocieron las primeras
medidas de la reforma militar de Manuel Azaña, duramente combatidas por un
sector de la oficialidad y por los medios políticos conservadores. Los primeros
intentos conspirativos fueron neutralizados muy pronto, aunque algunos
militares y un grupo notable de civiles alfonsinos comenzaron a buscar apoyos
exteriores en la fascista Italia, algo que iban a repetir las conspiraciones
militares y civiles contra la República. Sanjurjo no mostró mucho interés al
principio, pero su destitución como director general de la Guardia Civil tras
los luctuosos sucesos de Arnedo de enero de 1932, que dejaron 11 muertos en la plaza
de esa localidad riojana, y su traslado a la dirección de Carabineros, un
puesto de menor relieve, le hicieron cambiar. Lo consideró un castigo y empezó
a pensar que había motivos para sustituir a esa República por una dictadura.
El
compromiso de Sanjurjo animó y unió a otros, aunque la organización era
bastante deficiente y la falta de discreción permitió a las Fuerzas de
Seguridad del Estado controlarlos y detener el 15 de junio al general Luis
Orgaz, uno de sus cabecillas. La insurrección, no obstante, estaba ya decidida
y, antes de que el Gobierno de Azaña pudiera desarticular completamente la
trama, los conspiradores la fijaron para el 10 de agosto. En las primeras horas
de ese día, un grupo de militares y civiles armados, al mando de los generales
Barrera y Cavalcanti, intentaron tomar el Ministerio de la Guerra y el cercano
Palacio de Comunicaciones. Varias unidades de la Guardia Civil y de Asalto
sofocaron la rebelión, en la que murieron nueve sublevados y unos cuantos
quedaron heridos. En otras provincias del sur, la insurrección fracasó también.
Solo en Sevilla el general Sanjurjo logró arrastrar por unas horas a la
guarnición militar y a las unidades de la Guardia Civil, hasta las 3.30 horas,
cuando desde el Ministerio de la Gobernación informaron a la prensa de que la
rebelión “había quedado liquidada”.
El castigo para los sectores militares, de la
aristocracia y de la extrema derecha que habían participado en la sublevación
fue severo
El castigo
para los sectores militares, de la aristocracia y de la extrema derecha que
habían participado en la sublevación fue severo. Varios centenares de militares
fueron destituidos por su intervención o complicidad y 145 jefes y oficiales
fueron deportados a la base sahariana de Villa Cisneros, en aplicación de la
Ley de Defensa de la República, como se había hecho con los anarquistas unos
meses antes. Muchos periódicos conservadores fueron suspendidos y notables
monárquicos fueron detenidos o tuvieron que huir a otros países.
Al ministro
de la Gobernación le llegaron telegramas de muchas ciudades y pueblos pidiendo
“ejemplar castigo” para Sanjurjo e incluso “última pena”. Manuel Azaña, por el
contrario, percibió desde el principio la necesidad de no hacer de él un
mártir, como había hecho la Monarquía con Galán y García Hernández tras el
fracaso de la sublevación de Jaca, y anotó en su diario de 25 de agosto de
1932: “Procuremos no incurrir en un yerro análogo. Se ha de acabar con la
historia de los levantamientos y con los fusilamientos, haciendo ver que esas
acciones no producen ni gloria. Más ejemplar escarmiento es Sanjurjo fracasado,
vivo en presidio, que Sanjurjo glorificado, muerto”.
Y así fue.
Condenado a muerte por un consejo de guerra, “como responsable en concepto de
autor de un delito consumado de rebelión militar”, la pena fue conmutada por
cadena perpetua, pese a que Santiago Casares Quiroga, ministro de la
Gobernación, se opuso porque pensaba que el indulto “rompe la firmeza del
Gobierno, alienta a los conspiradores y nos impide ser rigurosos con los
extremistas”. El indulto provocó disturbios en varias ciudades, “chispazos de
la cólera popular contra Sanjurjo”, escribió Azaña.
Sanjurjo
estuvo preso en el penal cántabro de El Dueso, hasta que, amnistiado por el
Gobierno de Alejandro Lerroux en abril de 1934, estableció su residencia en
Portugal. Desde allí encabezó otro golpe contra la República en julio de 1936,
de fatales consecuencias porque causó una guerra civil, aunque no pudo ver su
desenlace. Murió el 20 de julio, cuando la avioneta que debía trasladarlo a
España, pilotada por Ansaldo, se estrelló nada más despegar del aeródromo de
Cascais. Había encabezado dos rebeliones militares en cuatro años. “Por amor a
España”.
Julián
Casanova es
catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.
Fuente: www.elpais.com

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