martes, 9 de septiembre de 2014

¿SE QUIERE SUICIDAR IZQUIERDA UNIDA?


Julián Sánchez-Vizcaíno | Miembro del Consejo Político Federal de Izquierda Unida
nuevatribuna.es | 09 Septiembre 2014 - 17:03 h.
A partir de la valoración de los resultados de las elecciones del 25M y especialmente a raíz de la vigorosa irrupción de Podemos en la escena política española, el debate sobre la naturaleza de los cambios socioelectorales protagoniza la reflexión con la que los diferentes partidos vienen preparando sus estrategias para un curso político centrado en las elecciones locales y autonómicas de la primavera del 2015. 
La paradoja en el caso de Izquierda Unida es que siendo una opción que ha multiplicado por tres su representación en el Parlamento europeo, circunstancia más favorable que la de muchas formaciones de la izquierda transformadora de otros Estados de la Unión, aparece en sus propios análisis y en declaraciones de algunos de sus dirigentes como parte de los proyectos políticos cuestionados por el  electorado.
IU está ahí por voluntad de sus militantes, de sus electores y porque representa una necesidad
El pujante surgimiento de Podemos se transforma, en las conclusiones a las que parecen llegar algunos análisis de IU, en una negación de si misma que no solo fragiliza su propia imagen ante la opinión pública, y desanima a la organización, sino que expresa el discurso de quienes son incapaces de reconocer la pluralidad de la izquierda sin sufrir la tentación “homogeneizadora”.  
Esta actitud ha resultado ser muy influyente tanto en los debates de los órganos de dirección de IU como en las decisiones tomadas en su consecuencia y ha facilitado la sedimentación de un estado de opinión que comienza a verse reflejado ya en algunas encuestas, por el que se abona la tesis de IU como proyecto fallido. Idea sostenida hace ya tiempo desde varias trincheras y que ha sobrevolado las distintas etapas y altibajos sufridos por esta organización política.
Pero IU está ahí por voluntad de sus militantes, de sus electores y porque representa una necesidad. Nuestro país necesita a la izquierda real que pretende avanzar democráticamente hacia una sociedad igualitaria y de personas libres, desmontando un sistema, el capitalista, que ha demostrado con creces ser letal para la humanidad. Como se ha señalado, esto significa la “creación constante y permanente de una conciencia crítica, al tiempo que se defiende lo más elemental de la vida cotidiana frente a los recortes y a las políticas del capital, ligando lo concreto con lo estratégico, lo económico y social con el cambio político de fondo”. En definitiva, la necesidad de una izquierda democrática, plural y útil, que no claudique en el objetivo de la transformación social.
Sin embargo, como se decía más arriba, los bandazos y una improvisación retóricamente disfrazada de certeza que vienen caracterizando el discurso de IU desde la misma noche electoral del 25M parecen poner en duda esa necesidad política. La desorientación y el juego en corto se nos aparecen como los mimbres con los que se viene imponiendo un “nuevo discurso”.
En este sentido, las disfunciones de la orientación de IU ante la situación política actual se han puesto de manifiesto en varios órdenes.
En primer lugar, en la caracterización de la crisis. Es cierto que se ha producido un grave quebranto institucional como consecuencia de la existencia de un complejo tejido de redes delictivas vinculadas a la actividad del Estado. La crisis política es evidente en relación con los problemas de su organización territorial. La política entendida como la actuación de los partidos ha sufrido una merma de credibilidad de profundo alcance. Existe, sin duda, una crisis moral.
Pero, en este momento, y dejando aparte el peligro de colapso ecológico planetario, la de mayor impacto es, fundamentalmente, la crisis económica y social derivada de la particular “vía” de inserción del capitalismo español en la fase de financiarización del capitalismo global. Sus efectos son el aumento de la explotación del trabajo asalariado y el dramático crecimiento de las circunstancias de pobreza y pobreza extrema que golpean sin piedad a las clases subalternas.
La priorización por IU de las cuestiones relacionadas con el cambio institucional y no afianzar una firme estrategia que ponga en primer plano una política económica alternativa, el conflicto social, combatir el desmantelamiento de los servicios públicos, la caída salarial, el paro, y la pobreza, induce a una gran confusión en la parte de la ciudadanía que confió en IU en las pasadas elecciones generales y europeas y, en general, crea desorientación en las clases trabajadoras.
Por otro lado, IU no haría una buena lectura de los resultados de las europeas si sostuviera, como parecen querer decir algunos dirigentes, que ha habido una falta de pulso en la renovación de su mensaje electoral, que debería haberse inclinado hacia un discurso “atrapalatodo”, para la atracción del descontento social, sobre la base del ataque a la “casta” política.
Está demostrado que existe en España un espacio y unos anclajes electorales que le son propios a IU y que tienen que ver no sólo con un perfil sociológico o de clase, sino también con un grado de concienciación ideológica y política que arranca de experiencias y trayectorias personales y vitales que lo diferencian de otros sectores de votantes.
Para el electorado de IU esta opción es la que mejor representa la lucha por los derechos y la interpretación de la crisis, y su decisión de voto consiguiente no resulta únicamente de valorar factores relativos a la competencia y honestidad de los políticos, la corrupción, o la ira frente a la pérdida de posición social o económica, sino que también influyen con gran peso valores de progreso y transformación social desde una perspectiva de crítica radical, entendida esta como que la que atiende a la raíz de los problemas.
IU, por lo tanto, se debe también a esa parte de la ciudadanía que ha venido apoyando una alternativa de izquierdas. Entre otras razones, además, por honestidad política.
En último término, las decisiones orgánicas tomadas por IU han estado poco acertadas. Por un lado, en los cambios en la dirección política, pero también en la política de comunicación y en los procedimientos para la articulación de la llamada “convergencia”.
Es cierto que IU tiene “mochila”, aciertos y errores, una historia, y problemas estructurales de articulación. IU ha vivido momentos muy difíciles, con una organización débil en muchos territorios, y con situaciones en las que solo el valor de una militancia en general muy sólida y consciente ha hecho posible superar las dificultades. Afirmar que en IU no existen resistencias a los cambios y situaciones personales que bloquean una mayor calidad democrática no respondería a la realidad.
Pero, a la hora de abordar estos problemas, no parece de recibo que se difumine la opinión de la afiliación o se suplante ésta por procedimientos que priman el marketing político. Como tampoco el debate en las asambleas de base puede ser sustituido por la “agitación” desde medios y redes sociales.
La utilización patrimonial de los recursos de comunicación por parte de nuevos dirigentes y su permanente presencia en los medios responde a un erróneo concepto de recambio generacional que, aunque necesario, no es suficiente si no viene acompañado de otras condiciones y cualidades indispensables de preparación política y experiencia vital y profesional.
No es bueno el planteamiento de “democracia participativa sin participación” que parece impulsarse por algunos jóvenes y no tan jóvenes deslumbrados por su condición de personalidades mediáticas. El desarrollo de una política de convergencia y alianza electoral, o el método para organizar las candidaturas electorales en la perspectiva de las elecciones locales y autonómicas del 2015, es tarea y decisión de toda IU.
La celebración de una “conferencia” orientada preferentemente al encumbramiento de nuevos liderazgos o a la reiteración de formulaciones retóricas de unidad, no puede sustituir al debate consciente de un proyecto concreto que la dirección debe someter a toda la organización. Lo que no excluye sino que reafirma al tiempo la oportunidad de una reflexión más amplia con todas las organizaciones, movimientos sociales, sindicales, y otros grupos con los que se comparta visión del momento y las tareas, y en general con la ciudadanía de izquierdas.
La garantía de cualquier Convergencia es el acuerdo interno democráticamente adoptado y no el convencimiento o la motivación de una parte de IU, porque ello resultaría ineficaz en el objetivo de construir una nueva situación política desde la izquierda.
Un debate real confirmaría el apoyo de la mayoría de la organización a la vigencia del Proyecto de IU. De lo contrario, se estarán dando pasos, quizás no reversibles, hacia la irrelevancia social e institucional en nuestro país de la genuina izquierda transformadora. Italia no está tan lejos.



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