domingo, 7 de septiembre de 2014

EL ARMA SECRETA DE LA TRANSICIÓN


Primavera de 1977. El Ejército español intenta desarrollar un arma de vanguardia. El plan: liderar el mercado mundial de fusiles de asalto. Se destinan recursos, se diseña una fábrica en Burgos y se realizan pruebas al norte de Madrid. A los pocos meses el proyecto se cancela. O eso parece. Durante los años 70 y 80 los planos viajan a Filipinas, Sudáfrica, Francia, Irán e Irak, donde Saddam nombra a su creador Teniente Coronel. Pero el arma nunca ve la luz. Su rastro se pierde entre cajones cerrados y carpetas con el sello "secreto" planchado en la solapa.
Por Juan Soto Ivars y Pedro García Campos

Alma Letal . cap.1
1. El español que lanzó un ratón al espacio
Tenemos a un señor recio y menudo, de sesenta y cinco años, que luce un bigote blanco y una camisa de cuadros bien planchada. Habla con un acento almeriense desierto, rasposo, y sostiene una bala extraña en lo que le queda de la mano izquierda: apenas el meñique y un trozo de pulgar. A simple vista, ¿alguien diría que este hombre desarrolló el programa espacial español? ¿Sabe el lector que Franco intentó desarrollar un programa espacial?

El inventor que desarrolló el modesto programa espacial español se iba a convertir en sujeto de interés para la CIA y el CNI
Hay muchas carpetas cerradas en la historia de España. Unas se esconden en lo profundo de ficheros blindados, con la palabra "secreto" plantada en la tapa: las han ocultado a la opinión pública intereses que siempre vienen de un despacho de los de arriba y guardan celosamente secretos de estado, operaciones conflictivas o desarrollos de armamento militar. Pero hay otras carpetas que, sencillamente, fueron engullidas por la burocracia y el desinterés y esperan a que alguien las encuentre para desvelar sus secretos. El nombre del almeriense que sostiene la bala en el muñón de la mano aparece en los dos tipos de carpetas. Es el ingeniero e inventor que desarrolló el modesto programa espacial español, poco más que una curiosidad histórica, pero más adelante se iba a convertir en sujeto de interés para la CIA y el CNI. Vivió secuestrado seis meses en un laboratorio de Teherán (Irán) donde le obligaban a trabajar a punta de pistola, como le ocurriera al doctor White en Breaking Bad. Perfeccionó los cohetes Scud de Saddam Hussein que llovieron sobre Israel a principios de los noventa. E inventaría, ya jubilado, una planta que convierte la basura en energía limpia.

En Almería le llaman Pepe el del cohete. Su nombre real es José Luis Torres Cuadra y desvela, tras décadas de secretismo, uno de sus proyectos más controvertidos: Omega 2000, un arma que hubiera puesto a la España postfranquista a la cabeza de la tecnología de fusiles de asalto. “Sigue siendo el fusil más potente que jamás se ha construido”, nos cuenta el inventor, que nos recibe en una habitación de un hotel de Almería mientras pasa a explicarnos de qué se compone la bala que tiene en su mano mutilada.
En la era del espacio, José Luis Torres Cuadra montó una lanzadera en Cabo de Gata y construyó un cohete: El España I
Pero antes de nada, ¿quién es este hombre? Acudimos a la hemeroteca y brota la primera referencia, del año 1963: “Un estudiante del Colegio la Salle crea el Comité Juvenil de Investigación Espacial” y empieza a lanzar cohetes espaciales con sus amigos mientras otros ponen petardos en botes. Tres años después, en 1966, “los Siete Magníficos”, como bautiza al comité el diario Pueblo, irían a por su lanzamiento más ambicioso. Era la edad de oro de la carrera espacial y este tipo de noticias atravesaba la coraza franquista llegando hasta el NODO y los boletines de Radio España. Millones de personas contenían la respiración esperando una lluvia de misiles nucleares y al mismo tiempo vivían pegadas a la televisión para admirar las proezas de la carrera espacial. En esta era de proyectiles, José Luis Torres había montado una lanzadera en Punta Escullos y construido un cohete espacial de gran envergadura: la portada de ABC anuncia para finales de 1966 el lanzamiento del España I, “vehículo de propulsión diseñado para desafiar a la gravedad terrestre” y poner a 70 kilómetros de altura al pequeño ratón Adolfo, llamado a ser el primer roedor español en alcanzar la estratosfera.

“Me prometí no volver a hacer más cohetes para investigación. Mejor hacerlos para la guerra. Y me dio resultado”
A raíz de aquello, José Luis Torres Cuadra y sus compañeros recibieron el premio Dulcinea, de cien mil pesetas, y lograron codearse con ministros franquistas como Nieto Antúnez o Solís Ruiz. Incluso consiguieron la ayuda de un barco radar norteamericano para recoger las carcasas de los cohetes que caían al Golfo de Almería. Solo tenía 17 años y representó a España en el Congreso Internacional de Aeronáutica, y por esos días empezó a cartearse con el barón Von Braun, inventor de los temibles cohetes alemanes V2 que llovieron sobre Londres durante la Segunda Guerra Mundial rompiendo con siglos de defensa geográfica británica y sentando las bases de la carrera espacial del siglo XX.
Digeridos los primeros momentos de euforia tras el Premio Dulcinea, las recepciones, los halagos y ya de vuelta a Almería, el ejército español les cedió un cuartel semiabandonado y allí montaron todo lo necesario para el ensamblaje del España I. Mientras tanto se construyeron y lanzaron pequeños cohetes de prueba “para poner a punto los diferentes sistemas de guía y el sistema principal de apoyo de vida” de Adolfo, el roedor que sería el primer astronauta español antes de Pedro Duque.
Por aquel entonces, en Arenosillo, la base oficial del ejército, se hacían pruebas con cohetes sonda comprados a los EEUU. Cuenta Torres Cuadra que un día llevaron público, “señoras de oficiales y demás”, y les pusieron “unas tribunas para presenciar el lanzamiento de un cohete Judi-Dart, pero por alguna razón este salió mal y fue a caer en la tribuna de espectadores”. Los periodistas presentes, “que eran amigos nuestros, empezaron a mofarse diciendo que en la base de Punta Escullos había más seguridad. Esto en el gobierno cayó muy mal y por lo tanto, se tomó en el Ministerio del Aire la decisión de precintar las instalaciones de Punta Escullos”. A pesar de haber recibido el apoyo del Ministro de Marina Nieto Antúnez, el teniente general Muñoz Grandes y el director de la Guardia Civil, el día 31 de Diciembre de 1968 a las 17.00 horas los jóvenes vieron cómo el ejército precintaba las instalaciones. Torres Cuadra estaba presente: “Yo mismo me encargué de incinerar la documentación de montaje. Luego cada uno volvió a sus estudios y yo me prometí no volver a hacer más cohetes para investigación. Mejor hacerlos para la guerra. Y me dio resultado”.
La vida de este ingeniero almeriense iba a estar marcada el constante desafío a las leyes de Newton y al infortunio de tener grandes planes pero ir siempre por libre... o con malas compañías. Muchos proyectos saldrían mal pero sus éxitos -buena parte en el ámbito militar- le permitirían vivir como un maharajá y arruinarse después como un dandy. Porque José Luis Torres Cuadra, este hombre humilde que hoy vive en su Almería natal, llegó a comprarse un avión privado Falcon “para ir a tomar unos whiskies a París, Londres y Roma” después de haber hecho fortuna como ingeniero militar en la Filipinas del General Marcos.
Alma Letal. cap.2
2. Un cerebro de armas tomar
Dice Torres Cuadra que se metió al negocio del armamento porque nadie le daba un duro por sus inventos de paz, pero no hay que tomarlo al pie de la letra. Tras el despegue del España I (minuto de silencio por el ratón Adolfo) se fue a estudiar ingeniería a Madrid mientras seguía enredando, en privado, con sus inventos. En 1973 creó una máquina capaz de predecir terremotos: Prometeo. Intentó venderla a varios países pero consideraron que era “una tecnología demasiado avanzada para la época”, cosa que se demostró cierta en el siglo XXI: los actuales equipos de prevención de seísmos se basan en ideas similares a su aparato de los setenta. “Habría salvado vidas si lo hubieran comprado antes”, reflexiona su creador entre el lamento y la vanidad. Mientras acudía a clase en la Politécnica creó un turboquemador para motores que combatía la contaminación atmosférica y que recibiría un premio de la Universidad de Malibú. Gracias a ese ingenio, empresas como American Motors o Chrysler enviaron cartas mostrando interés en desarrollar varios prototipos. Pero él tenía otros planes.
Dice Torres Cuadra que se metió en las armas porque nadie le daba un duro por sus inventos de paz, pero no hay que tomarlo al pie de la letra...
España caminaba hacia los últimos años de Franquismo y Torres Cuadra trabajaba a caballo “entre Venezuela, México, Estados Unidos” y su país. No sabe precisar dónde empezó a plantear el diseño del Omega 2000, el arma secreta cuyo desarrollo le obsesionaría durante más de 15 años, pero sí recuerda, “como si fuese ayer”, que junto con Mariano Navarro-Rubio, hijo del ministro de Hacienda y presidente del Banco de España franquista, intentó vender el proyecto “a los militares españoles”. También que probó suerte “en Irán, Irak y Filipinas”, donde encontró a la fortuna por un camino inesperado.

El periplo por la antigua colonia iba a convertirse en la época más feliz de su vida. De entrada, los hombres del dictador Ferdinand Marcos, cuyo sueño era que Filipinas gobernase militarmente Oceanía, lo nombraron oficial del ejército, requisito necesario para producir armamento en el país. Transitó por escenarios de guerra abierta, participó en interrogatorios a los insurgentes de las guerrillas y contempló los horrores del combate con los ojos extasiados de un joven aventurero. Aunque le llevó al país la posibilidad de desarrollar su arma secreta, acabó “construyendo 400 tanquetas de aluminio para el ejército” del dictador y comiendo “los riñones de los prisioneros, como hacían los filipinos, que pensaban que ahí residía la fuerza del guerrero”. Hizo tanto dinero que estuvo a punto de morirse de vicio.
A finales de los setenta se marchó a la Filipinas de Marcos. “Hacíamos tanquetas como churros y me forré”.
Ahora recuerda aquel tiempo como una diversión constante y un continuo desafío científico. “Hacíamos tanquetas como churros... y me forré”. Conserva fotos con un sinfín de mujeres, siempre en restaurantes finos, copa en mano. Una mano que por aquel entonces aún estaba entera. Entre tanta sílfide, el joven Torres Cuadra parece el protagonista de una película del destape: bajito, bigotudo, moreno, un poco contento y triunfador: “A Imelda Marcos [esposa del dictador] la veía un día sí y otro también en el palacio de Malacañán. Estaba como esta mesa y encima teníamos que aguantar sus gorgoritos, porque cantaba”, dice mientras señala nuestra grabadora, que apenas se mantiene firme sobre centenares de carpetas, fotos, planos, cartas, billetes de avión, pasaportes...
“A Imelda Marcos la veía todos los días. Estaba como esta mesa y encima teníamos que aguantar sus gorgoritos, porque cantaba”
En Manila ganó la friolera de “850 millones de pesetas [5,1 millones de euros]” durante los locos años filipinos, de finales de los setenta a principios de los ochenta. Regresó porque tenía un pie aquí y el otro... “en el otro barrio… ¡del vicio!”, aclara. Tras dejar el hospital donde se recuperó de sus “juergas”, se gastó su fortuna en un jet Falcon y volvió a España “vacilando”. Ahora conocía los límites de su cuerpo. Buscó tierras menos dadas al desfase. Recibió de parte de dos socios una invitación interesante: dirigir un laboratorio moderno de armamento en Irán, donde Jomeini había declarado la revolución islámica. La idea le pareció adecuada para esta etapa de descanso y desintoxicación que se había propuesto, y también sonaba muy lucrativa. Y allá que se fue, sin saber que la decisión iba a estar a punto de costarle la vida

Alma Letal. cap.3
3. Terror en Teherán
En 1983 el diario almeriense La Crónica reproduce las declaraciones de Torres Cuadra, que ha vuelto de Irán para arreglar ciertos “asuntos personales” y se volverá a marchar en breve. Se deshace en elogios hacia los ayatollah, afirma que los países europeos “deben salvaguardar la independencia de Irán” y cuenta que trabaja en la creación de “una planta depuradora de aguas”. Todo mentira o ingenuidad, o mezcla de las dos. A Irán se ha ido para hacer misiles y está a punto de vivir el momento más peligroso de su vida. Paradójicamente, la información más veraz de esta página de periódico aparece en un pequeño anuncio de la ONG Ayuda en Acción: “En nuestra mano está el decidir algo tan tremendo como una vida humana”. Mano. Tremendo. Vida humana. Quédense con esto.

Contó a la prensa que se iba a fabricar una depuradora de aguas a Irán. Tódo mentira. Su trabajo eran los misiles
Antes de aquella entrevista Torres Cuadra había pasado un par de meses en Irán. No vivió mal, a juzgar por la serie de fotos que conserva: picnics en el campo y cafés y bromas en la terraza de la suite de su hotel; allí le vemos vestido de militar, pecho al aire, con una AK47 o una pistola en la sien, una especie de presagio. A las pocas semanas de estancia en Teherán descubrió que el laboratorio que le habían preparado no estaba a la altura: “Se había quedado obsoleto, por no decir que era una mierda, y ni siquiera me pusieron un intérprete para hablar con los colegas ingenieros iraníes. Encima no me dejaban comer cerdo ni tomar whisky”. Pero lo que en un primer momento parecía un problema logístico se iba a convertir en un auténtico calvario. Volvió a Madrid para desarrollar los componentes más complejos de los cohetes y fue entonces cuando dio la entrevista en el diario La Crónica. No sabía que la Revolución Islámica había decidido que el científico español recién llegado a su programa militar era un espía. Alertados, los dos socios, cuyos nombres no quiere revelar -“no quiero joder más”- se marcharon a Teherán, en teoría para negociar nuevas condiciones de trabajo allí. Torres Cuadra sospecha que lo vendieron a los ayatollah. Y cambia de golpe el tono de voz. Empieza a sumergirse en su pesadilla. Su peor pesadilla: “Un comando de mercenarios a sueldo desembarcó en Madrid y asaltó mi laboratorio”, resume. Robaron planos, informes y todo el material que encontraron. Y justo después, el ingeniero recibió una llamada: si no volvía a Irán, pasarían a su familia y a sus socios “a cuchillo”.
Jomeini ordenó su secuestro: “Creían que era un espía”. Durante el rapto, el inventor “meaba a los guardias” para que lo matasen
La persona que había tenido tan buenas palabras para el régimen de Jomeini ahora regresaba a Irán atemorizada. Iba directo a una trampa: terminaría trabajando encerrado en el laboratorio con la sombra permanente de un guardia armado y no le permitirían abandonar el país si no terminaba su encargo. Pero ¿cómo llevarlo a cabo? “El acero para las carcasas de los misiles se pedía a Alemania pero llegaba oxidado, como chatarra”. Hacía peticiones constantes. Al principio eran constructivas: mejor alimentación, más espacio para trabajar y “que dejasen de apuntarle con los fusiles”, tal y como reflejan las cartas que escribió a sus superiores. A cambio, recibía amenazas. La tensión iba en aumento y explotó, literalmente, la mañana del 15 de diciembre de 1983. Torres Cuadra echó mano del termómetro de su laboratorio. Marcaba un grado centígrado.
-Así no puedo trabajar. Hace demasiado frío para estos componentes.
El guardián señaló una mezcla de explosivos y le apuntó con el fusil:
-Trabaja.
“El laboratorio estaba obsoleto, por no decir que era una mierda, y encima no me dejaban comer cerdo ni beber whisky
Bajo amenaza de muerte, acercó su mano izquierda a la mezcla que le habían puesto delante y trató de alejar el resto del cuerpo. Un instante después había perdido los dedos e iba camino del hospital.
Los meses posteriores son la agonía de un científico herido y secuestrado. “Hoy no puedo ni comer, me duele la mano”, leemos en sus diarios, que son una sucesión de esperanzas y desvelos, de quejas silenciosas e ira contenida. Pensando que la muerte era la única salida, se sacó el pene ante sus guardianes y les meó en los pies. “Lo hice para que me mataran”. Pero no funcionó: “Me molieron a hostias y me mandaron de vuelta para el laboratorio”, nos cuenta. Quería que lo aniquilasen o lo echasen del país, así que, además de cantidades desorbitadas de dinero en cuentas suizas, envió a sus captores exigencias ligeramente contrarias a la moral islámica: “100 cajetillas de cigarrillos Rothman, 60 cajas de cerveza, seis botellas de whisky....”. Solo obtenía palizas. “Con el alcohol etílico que usaba para los cohetes me hacía el carajillo”, recuerda dejando entrever un gesto de orgullo.
En 1984 Interviú publicaba el relato del secuestro con final feliz. Torres Cuadra había logrado escapar del país con una treta fantasiosa: hizo creer a las autoridades que el ejército español arrasaría Irán si no lo soltaban. El embajador español, Javier Oyarzun, desmintió la amenaza pero logró el salvoconducto para liberar a su compatriota. En el reportaje Torres Cuadra se declaraba “enemigo eterno” de los ayatollah, que acabaron dictando una fatua contra él. Pero en esta amenaza letal anidaba su siguiente aventura. La noticia llegó al adversario número uno de Irán, Saddam Hussein, que le propuso irse con él.

Alma Letal. cap.4
4. La mano derecha de Saddam se pasa al ecologismo
Decidí irme a Irak para darles por culo a los iraníes”, nos dice Torres Cuadra mientras abre la carpeta de sus tribulaciones en Bagdad. Vaya si lo consiguió. En 1984 la República de Irak vivía uno de sus momentos de mayor esplendor, con Saddam Hussein en constante política de cal y de arena hacia la comunidad internacional. Torres Cuadra se instaló en el hotel más lujoso de la capital, el Ishtar Sheraton, y empezó a trabajar en la modernización de los misiles rusos Scud, esta vez con excelentes materiales y trabajadores que no solo hablasen parsi.
A los Scud, protagonistas de la Primera Guerra del Golfo, les hizo un tunning, aumentando la capacidad de vuelo “con una mezcla de combustibles diferente a la original”. Pero también construyó tres cohetes Al Hussein que con un alcance de 2.800 kilómetros podían caer sobre Roma o Viena. Solo lanzaron uno, y Torres Cuadra asegura que los otros dos se mantuvieron escondidos aun después de la Segunda Guerra del Golfo, ya en pleno siglo XXI. ¿Serán esas las armas de destrucción masiva que buscaba George Bush?

A los misiles Scud, protagonistas durante la I Guerra del Golfo, les hizo un tunning aumentando la capacidad de vuelo
Su éxito en tierras de Saddam fue enorme. Lo nombraron Teniente Coronel Honorífico del ejército iraquí y llegó a conocer en persona al dictador: “El mejor hombre al que le he dado la mano en mi vida, tenía una mirada que te cagabas en los pantalones”. Aún conserva un ejemplar de su biografía oficial dedicado con estas palabras en español: Para mi amigo ingeniero José le regalo este libro para que se conoce [sic] mi biografía del presidente Saddam Hussian y lo que representa para su país y su nación arabic.
“Saddam [Hussein] es el mejor hombre al que le he dado la mano en mi vida, tenía una mirada que te cagabas en los pantalones”
Pero los años no solo pasan, los años pesan. A su regreso a España, Torres Cuadra hizo los últimos intentos de vender su fusil de asalto Omega 2000, pero finalmente desistió. El guerrero había enterrado el hacha y se concentró en los proyectos ecologistas de sus inicios. En 1990 construyó en el municipio asturiano de Pola de Siero una máquina enorme. Los talleres de automóviles no sabían qué hacer con todo el aceite quemado que retiraban de los vehículos: es una sustancia contaminante, irrecuperable y de imposible reciclaje. Torres Cuadra decidió que se podía convertir en energía y convenció al alcalde para que le permitiera instalar una planta prototipo capaz de conseguir esta transformación, lo cual hacía sin expulsar humo a la atmósfera.
Más adelante, tras la catástrofe del Prestige, inventó “en una tarde” una máquina para limpiar chapapote que se construyó y se probó con éxito en un pueblo de A Coruña. El artilugio patentado por Torres Cuadra disparaba arena sobre el fuel pegado a la roca y aspiraba la mezcla resultante. Pese a que limpiaron parte del paseo marítimo de Caión, los contratos, según denuncia, se los llevaron grandes empresas.
Aunque ya no se dedica al negocio de la guerra, en sus ojos aparece una detonación de luz cuando despliega los planos de su arma secreta
Y ahora... ahora Torres Cuadra es un jubilado. Aunque solo oficialmente. Su último invento es una planta de procesamiento de residuos que convierte la basura en energía eléctrica limpia y que ha intentado vender a Gibraltar ante la falta de interés de empresas españolas. Pero aunque ya no se dedica al negocio de la guerra, una especie de detonación de luz aparece en sus ojos cuando abre una nueva carpeta con su mano mutilada, despliega una gran hoja de papel con los planos de su arma secreta y empieza a explicar lo que hasta ayer era su mayor secreto: “Habíamos hecho pruebas de proyectiles contra planchas de acero, pero no habíamos disparado a ningún ser vivo. Así que...”.





Alma Letal. cap.5
5. Una escopeta nacional
Año 1977. Mientras España se dirige hacia la democracia entre ruido de sables, en un despacho de la Real Maestranza, en la calle Raimundo Fernández Villaverde de Madrid, flota un olor espeso de puro de sortija. La estancia está decorada con armaduras y armas antiguas y los militares escuchan con atención a un inventor almeriense. José Luis Torres Cuadra está nervioso. Cree que es un momento decisivo. Siempre le ha gustado la seriedad. Para hablar de negocios se siente más cómodo en un despacho que en un lugar público, y más para un negocio así, que a lo largo de tres décadas será considerado alto secreto por varios gobiernos. Midiendo sus palabras, muestra los planos de las balas que está diseñando y explica a los militares que los proyectiles “matan por shock traumático”, es decir, “que una bala colapsa el sistema nervioso de la víctima aunque le roce en la mano”.
A su lado está Mariano Navarro-Rubio, hijo del que fuera presidente del Banco de España y Ministro de Hacienda de Franco. Se han convertido en socios. Torres Cuadra pone la inventiva y la ingeniería; Navarro-Rubio, que está al frente de un despacho de abogados, sus dotes de seductor y los contactos que le procura su posición familiar. Con ayuda de un par de ingenieros y varios ayudantes, los socios han puesto en marcha el proyecto para construir en serie las balas que Torres Cuadra ha hecho artesanalmente hasta el momento. No hay nada concluyente, pero la cosa promete.
Uno de los ayudantes que participaron en aquel negocio, que prefiere permanecer en el anonimato, explica que “la primera idea de Mariano Navarro-Rubio, sin contar con los militares españoles, era vender los proyectiles y el subfusil a los sudafricanos”, que estaban bloqueados en la compraventa de armas debido al Apartheid. Después de varias reuniones la embajada sudafricana se interesa en poner dinero para desarrollar el arma: “Para nosotros era en plan pirata: si sale, somos ricos”.
Pero después de unas semanas de vacaciones, el ayudante regresó al tajo para ver cómo iban los preparativos. No encontró a Torres Cuadra en su despacho. “¿Dónde está José Luis?”. Navarro-Rubio contestó: “No te podemos decir nada, nada”. A los pocos días “Mariano me coge en su Mercedes descapotable, damos 18 vueltas a Madrid y acabamos en la calle Fortuny en unos apartamentos”, recuerda el ayudante. Allí estaba el inventor, encorvado sobre sus mesas de dibujo y “protegido por tres gorilas”.
Él Omega 2000 estaba diseñado para perforar un carro de combate. Sus balas “mataban por shock traumático”
En aquel momento, con la embajada de Sudáfrica interesada en el desarrollo de un arma cuya venta era ilegal, los socios firmaron los papeles de confidencialidad que serían una constante en el desarrollo del Omega 2000. Poco después, los negocios con el país del Apartheid se fueron al traste. Había que acelerar la producción, así que el despacho alquiló al ayuntamiento de Salas de los Infantes, en Burgos, unos túneles ferroviarios abandonados. Allí proyectaron galerías de tiro y una pequeña fábrica de explosivos para crear los combustibles de las balas. Contrataron a dos nuevos ingenieros para acelerar el trabajo mientras Navarro-Rubio y uno de sus ayudantes trataban de buscar nuevos compradores en España. Y, como decimos, lograron una reunión en la Real Maestranza de Artillería.
Uno de los ingenieros ayudantes nos recibe en una cafetería del centro de Madrid. Tampoco quiere dar su nombre: “Son cosas de juventud y así tienen que quedar”. A los 28 años participó en el desarrollo de la tobera de la bala, la pieza que marcaba la diferencia del Omega 2000 con cualquier otro fusil imaginable. “Recuerdo que tenía unas características increíbles diseñadas por este tío, una penetración del acero impresionante, podía penetrar un carro de combate”, sintetiza el ingeniero.
Para este ingeniero de 65 años aquellos fueron quizás los momentos más tensos de su vida. En 1977 era un recién licenciado que hacía el servicio militar cuando lo captaron para aquel proyecto armamentístico. “Mariano y el ayudante me dicen: hay una reunión y tienes que venir. Y les digo: Macho, yo no me puedo ausentar, que esto es la mili. Además, ese día estaba de guardia… Al rato se me acerca un brigada profesional y me dice que vaya a hablar con el capitán. Voy pensando que me iban a empaquetar por algo y nada más llegar el capitán me suelta: ‘Se tiene que ir usted a una reunión a Madrid, le están esperando unos señores’. Y digo: Hombre, joder…. Y me interrumpe: ‘Nada, tranquilo, ya he hablado con quien tengo que hablar y no pasa nada, le sustituye otra persona, ya sabemos que esto es un tema secreto’”.
Por decirlo a la española: al llegar al Cuartel General de Artillería, al ingeniero se le pondrían los huevos de corbata. Descubrió que el proyecto avanzaba, al parecer, bajo la supervisión del Antonio Gutiérrez Mellado, primer ministro de Defensa de la Transición española. En aquella primera reunión aparecieron un capitán, dos comandantes y un brigada. El ingeniero se cuadró: “A sus órdenes, mi comandante; a sus órdenes, mi comandante; a sus órdenes, mi brigada… y el capitán me dijo: ¡Sargento! ¡Vamos a dejarnos de mariconadas que aquí no hemos venido a saludarnos!”.
Entonces alguien nombró al general Gutiérrez Mellado, y el comandante le cortó: “Bueno, dejémoslo en El General...
¿Qué pintaba allí este ingeniero? “Recuerdo que me preguntaron por el diseño de la fábrica, y por la tobera, que nos había costado un poco por la presión de los gases, me acuerdo perfectamente… Y el comandante en jefe dijo que estaban interesados, pero que querían liderar, es decir, hacer la fábrica en plan seguro, porque para eso tenían sus sistemas, nos dijo, y se ofrecieron a colaborar con nosotros para hacer el diseño del prototipo y probarlo. Entonces alguien nombró al general Gutiérrez Mellado, y el comandante le cortó, lo recuerdo: Bueno, dejémoslo en El General...”.
La reunión fue un éxito. El ejército parecía dispuesto a todo: la oportunidad de liderar la producción de un arma tan poderosa era un caramelo demasiado goloso como para dejarlo pasar. Sin embargo, el ingeniero no había visto el arma en funcionamiento. José Luis Torres Cuadra seguía experimentando con los combustibles y el diseño interno de los proyectiles, pero para contentar al ejército había que demostrar que aquel trasto funcionaba. ¿La solución? Una prueba sobre el terreno. Los ingenieros y Torres Cuadra marcharon a una finca en Villalba, al norte de Madrid, para probar los proyectiles. A falta de un fusil con que dispararlos, usaron unas mangueras de plástico como cañón. Colocaron varias hojas de papel y un montículo de arena. El primer disparo atravesó un papel y perdió la fuerza; el segundo acabó rodando por el montículo de arena. Torres Cuadra lo atribuía al tubo, pero el ingeniero pensaba: “Madre mía, nos meten en un castillo y nos fusilan”. Después de aquel día decidió abandonar el proyecto.
“Un alto mando me pidió que informase de que el proyecto había sido un fracaso: Tú salvas tu vida y yo mi puesto”
Poco después toda la alianza iba a saltar por los aires, y no por un fallo en la manipulación de explosivos. José Luis Torres tenía una novia colombiana y Navarro-Rubio era un seductor. “Me churreó a la novia”, dice el inventor. Como respuesta Torres Cuadra se plantó en la puerta de casa de Navarro-Rubio con una ametralladora: “De milagro no nos matamos a tiros ese día. Así acabó nuestra asociación”.
Han pasado más de tres décadas desde aquella despedida y Navarro-Rubio sigue viviendo en Madrid. Para él, aquellos días fueron "una época apasionante en la que nos dejamos llevar por la ilusión de alguien [José Luis Torres Cuadra] al que, creo, le faltaba capacidad técnica para llevar a cabo lo que planteaba, al menos entonces". Por eso, según Navarro-Rubio, los militares españoles "terminaron descartando la idea". Por eso y porque "este tipo de proyectos científicos en España eran más fruto de la imaginación que algo realmente posible".
Mi nombre es Cuadra, Torres Cuadra
José Luis Torres Cuadra tuvo la idea de inventar su arma silenciosa viendo Solo se vive dos veces, la quinta película de James Bond. Cuando Sean Connery quiere despistar a los guardias del volcán donde se esconde el villano Blofeld, enciende un cigarrillo que dispara un único proyectil. “Eso lo tengo que hacer yo”, se dijo el almeriense, y se puso a la tarea.
Muchas personas han construido sus propias armas a lo largo de la historia pero el fenómeno alcanza su punto cumbre en nuestros días. En Austin, Texas, vive Cody R. Wilson, de 26 años. Entre 2012 y 2013 pudimos ver -en medios como Forbes o Vice- que había creado un arma de plástico capaz de disparar balas del calibre 380 sin saltar en pedazos, y la había hecho en su propia casa gracias a una impresora 3D. Stratasys, fabricante de la impresora, arrebató al chico su aparato. Sin embargo, desde entonces, Wilson, considerado “una de las 15 personas más peligrosas del mundo” por Wired Magazine, se ha hecho con otras impresoras 3D y su primera pistola de plástico, Liberator, parece un juguete: ahora se dedica a las armas automáticas y las ametralladoras.
Torres Cuadra tuvo la idea de inventar su arma silenciosa viendo Solo se vive dos veces, la quinta película de James Bond
Wilson, un Torres Cuadra en la era de los píxeles y la impresión tridimensional, se sorprendería si supiera que entre 1970 y 1986 hubo en España hasta tres prototipos de un fusil artesanal cuyas balas tenían una fuerza específica de 3,7 toneladas hasta los mil metros. Este arma española “no fallaba porque no tenía piezas mecánicas” y era “idónea para los cuerpos especiales”, tal y como señala un informe el boletín de inteligencia Birds, y su aspecto exterior recordaba a las metralletas de plástico Liberator: una carcasa confeccionada con fibras de carbono y plástico, cargadores de cartón y una frecuencia de fuego de 2000 disparos por minuto. Disparos totalmente silenciosos, como el cigarrillo de James Bond.
Pero lo que mataba a Torres Cuadra, frecuentemente, eran las negociaciones. “Aquí en España, si inventas un arma primero tienes que patentarla. Y en el momento que llegas a la oficina de patentes, la misma oficina llama al ejército, que luego te llama a ti y te dice: por su patente le vamos a dar doscientas pesetas. Luego sacan una pistola y te la ponen en la cabeza. Y después el proyecto desaparece”, explica. Antes de irse a Filipinas, el proyecto de vender el Omega 2000 al ejército Español se había malogrado. “Un general me llamó un día y me pidió que informase que el arma había sido un fracaso”. Se lo transmitió, según Torres Cuadra, con total confianza: el arma había llamado la atención de personas ambiciosas y sin escrúpulos en las cúpulas militares. “Tú salvas tu vida y yo mi puesto”, le soltó.
En Irán aterrizó con una nueva evolución: “Pequeña, manejable y liviana, sin piezas mecánicas que pudieran encasquillarse”
Lo dejó estar y se marchó a Filipinas a trabajar con Marcos. Allí, mientras desarrollaba tanquetas de aluminio, intentó valerse de su influencia para construir el arma en serie. Entonces ya había un primer diseño definitivo, “pero la tecnología necesaria para construir los proyectiles era demasiado avanzada para los laboratorios filipinos” y el desarrollo “tuvo que esperar”.
El Omega 2000 tenía un misil tierra-aire incorporado, pero "si te lo dejabas encendido... ¡Podías montar una catástrofe aérea!”
Pero Torres Cuadra no iba a rendirse. La documentación revelada por Acuerdo -en la que el subfusil aparece bajo otros nombres, como Delta 2000 o Tirachinas- demuestra sus conexiones con los ejércitos de varios países, entre ellos Chile, Argentina y Nigeria, además de Sudáfrica. En agosto de 1983, recién llegado de Irán, José Luis Torres Cuadra ya tenía una evolución perfeccionada del arma: “Pequeña, manejable y liviana, sin una sola pieza mecánica que pudiera encasquillarse”, ahora también estaba equipada con un pequeño misil tierra aire que se disparaba automáticamente al detectar un avión: “Había que apagarlo bien... ¡Porque si te lo dejabas encendido podías montar una catástrofe aérea!”.
Sin embargo, quedaba una prueba importante. Torres Cuadra disparó los proyectiles contra materiales diversos, pero necesitaban ver qué ocurría cuando se disparaba a algo vivo. Así que se fue en compañía de sus socios a un pantano. De nuevo al norte de Madrid, esta vez cerca del Pantano de San Juan. Allí compraron una vaca “que estaba muy pachucha” y que tendría el dudoso honor de ser el único ser vivo que recibió un disparo del Omega 2000. El veterinario contratado para que realizar la autopsia tuvo poco que hacer. El animal pastaba a quinientos metros de la bancada de tiro. El arma emitió un silbido una única vez y al instante su blanco “se había desintegrado” por completo: “El cachico más grande era así...”.
El arma se iba a malograr en 1986. “El caso de Francia lo explica todo”, cuenta su inventor… y mientras habla su humor empeora de golpe: a través de un amigo, “hijo de diplomáticos”, se mudó “a un castillo en Francia propiedad de María Vladímirovna Romanov, hija de un primo de Nicolás II”, último zar de Rusia. Al parecer, las negociaciones con el gobierno galo avanzaban, los socios se multiplicaban al olor de los posibles beneficios y todo parecía ir por el buen camino. El almeriense produjo proyectiles perfectos “con técnicas de microfusión” y organizó algunas “demostraciones de fuego real” con el pequeño misil antiaéreo.
Pero la economía del armamento es un camino espinoso: al término de las negociaciones había tantos intermediarios que el proyectil, cuya fabricación costaba 75 pesetas (unos 0,45 euros), se había inflado con un precio “cien veces superior”. El ministerio de Defensa francés llamó por teléfono: “No podemos comprar un arma que gasta 1.000 dólares (744 euros) en cada disparo”. José Luis Torres Cuadra colgó el teléfono y, con su habitual campechanía, dictó la sentencia de muerte del Omega 2000: “Que le den por culo al arma”.
De vuelta a España, el matavacas, apodo que le persiguió durante décadas en el mundillo militar, se fue “a una finca de Almería con algunos amigos”. Excavaron un foso de dos metros, depositaron los prototipos y los proyectiles en el fondo y volaron el material con una carga de explosivos plásticos capaz de derribar un edificio pequeño. Así desapareció del mapa el fusil de asalto más poderoso inventado por el hombre, el arma secreta española que distintas naciones estarían a punto de utilizar en las últimas batallas de la Guerra Fría. Después de aquello José Luis Torres Cuadra decidió abandonar el armamento. Y dedicarse de nuevo “a la paz”.
La reunión con el Ejército fue un éxito: “Parecían dispuestos a todo”. Liderar la producción del arma era un caramelo demasiado goloso
El Omega 2000 estaba diseñado para perforar un carro de combate. Sus balas “mataban por shock traumático”
Entonces alguien nombró al general Gutiérrez Mellado, y el comandante le cortó: “Bueno, dejémoslo en El General...”
“Un alto mando me pidió que informase de que el proyecto había sido un fracaso: Tú salvas tu vida y yo mi puesto”
Torres Cuadra tuvo la idea de inventar su arma silenciosa viendo Solo se vive dos veces, la quinta película de James Bond
En Irán aterrizó con una nueva evolución: “Pequeña, manejable y liviana, sin piezas mecánicas que pudieran encasquillarse”
El Omega 2000 tenía un misil tierra-aire incorporado, pero "si te lo dejabas encendido... ¡Podías montar una catástrofe aérea!”
El ministerio de Defensa francés fue tajante: “No podemos comprar un arma que gasta 1.000 dólares en cada disparo”
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