Por Juan Soto Ivars y Pedro García Campos
Alma Letal . cap.1
1. El español que
lanzó un ratón al espacio
Tenemos a un señor recio y menudo, de sesenta y cinco años,
que luce un bigote blanco y una camisa de cuadros bien planchada. Habla con un
acento almeriense desierto, rasposo, y sostiene una bala extraña en lo que le
queda de la mano izquierda: apenas el meñique y un trozo de pulgar. A simple
vista, ¿alguien diría que este hombre desarrolló el programa espacial español?
¿Sabe el lector que Franco intentó desarrollar un programa espacial?
El inventor que desarrolló el modesto programa espacial español se iba a
convertir en sujeto de interés para la CIA y el CNI
Hay muchas carpetas cerradas en la historia de España. Unas
se esconden en lo profundo de ficheros blindados, con la palabra
"secreto" plantada en la tapa: las han ocultado a la opinión pública
intereses que siempre vienen de un despacho de los de arriba y guardan
celosamente secretos de estado, operaciones conflictivas o desarrollos de
armamento militar. Pero hay otras carpetas que, sencillamente, fueron
engullidas por la burocracia y el desinterés y esperan a que alguien las
encuentre para desvelar sus secretos. El nombre del almeriense que sostiene la
bala en el muñón de la mano aparece en los dos tipos de carpetas. Es el
ingeniero e inventor que desarrolló el modesto programa espacial español, poco
más que una curiosidad histórica, pero más adelante se iba a convertir en
sujeto de interés para la CIA y el CNI. Vivió secuestrado seis meses en un
laboratorio de Teherán (Irán) donde le obligaban a trabajar a punta de pistola,
como le ocurriera al doctor White en Breaking Bad. Perfeccionó los cohetes Scud
de Saddam Hussein que llovieron sobre Israel a principios de los noventa. E
inventaría, ya jubilado, una planta que convierte la basura en energía limpia.
En Almería le llaman Pepe el del cohete. Su nombre real es
José Luis Torres Cuadra y desvela, tras décadas de secretismo, uno de sus
proyectos más controvertidos: Omega 2000, un arma que hubiera puesto a la
España postfranquista a la cabeza de la tecnología de fusiles de asalto. “Sigue
siendo el fusil más potente que jamás se ha construido”, nos cuenta el inventor,
que nos recibe en una habitación de un hotel de Almería mientras pasa a
explicarnos de qué se compone la bala que tiene en su mano mutilada.
En la era del espacio, José Luis Torres Cuadra montó una lanzadera en Cabo
de Gata y construyó un cohete: El España I
Pero antes de nada, ¿quién es este hombre? Acudimos a la
hemeroteca y brota la primera referencia, del año 1963: “Un estudiante del
Colegio la Salle crea el Comité Juvenil de Investigación Espacial” y empieza a
lanzar cohetes espaciales con sus amigos mientras otros ponen petardos en
botes. Tres años después, en 1966, “los Siete Magníficos”, como bautiza al
comité el diario Pueblo, irían a por su lanzamiento más ambicioso. Era la edad
de oro de la carrera espacial y este tipo de noticias atravesaba la coraza
franquista llegando hasta el NODO y los boletines de Radio España. Millones de
personas contenían la respiración esperando una lluvia de misiles nucleares y
al mismo tiempo vivían pegadas a la televisión para admirar las proezas de la
carrera espacial. En esta era de proyectiles, José Luis Torres había montado
una lanzadera en Punta Escullos y construido un cohete espacial de gran
envergadura: la portada de ABC anuncia para finales de 1966 el lanzamiento del
España I, “vehículo de propulsión diseñado para desafiar a la gravedad
terrestre” y poner a 70 kilómetros de altura al pequeño ratón Adolfo, llamado a
ser el primer roedor español en alcanzar la estratosfera.
“Me prometí no volver a hacer más cohetes para investigación. Mejor
hacerlos para la guerra. Y me dio resultado”
A raíz de aquello, José Luis Torres Cuadra y sus compañeros
recibieron el premio Dulcinea, de cien mil pesetas, y lograron codearse con
ministros franquistas como Nieto Antúnez o Solís Ruiz. Incluso consiguieron la
ayuda de un barco radar norteamericano para recoger las carcasas de los cohetes
que caían al Golfo de Almería. Solo tenía 17 años y representó a España en el
Congreso Internacional de Aeronáutica, y por esos días empezó a cartearse con
el barón Von Braun, inventor de los temibles cohetes alemanes V2 que llovieron
sobre Londres durante la Segunda Guerra Mundial rompiendo con siglos de defensa
geográfica británica y sentando las bases de la carrera espacial del siglo XX.
Digeridos los primeros momentos de euforia tras el Premio
Dulcinea, las recepciones, los halagos y ya de vuelta a Almería, el ejército
español les cedió un cuartel semiabandonado y allí montaron todo lo necesario
para el ensamblaje del España I. Mientras tanto se construyeron y lanzaron
pequeños cohetes de prueba “para poner a punto los diferentes sistemas de guía
y el sistema principal de apoyo de vida” de Adolfo, el roedor que sería el
primer astronauta español antes de Pedro Duque.
Por aquel entonces, en Arenosillo, la base oficial del
ejército, se hacían pruebas con cohetes sonda comprados a los EEUU. Cuenta
Torres Cuadra que un día llevaron público, “señoras de oficiales y demás”, y
les pusieron “unas tribunas para presenciar el lanzamiento de un cohete
Judi-Dart, pero por alguna razón este salió mal y fue a caer en la tribuna de
espectadores”. Los periodistas presentes, “que eran amigos nuestros, empezaron
a mofarse diciendo que en la base de Punta Escullos había más seguridad. Esto
en el gobierno cayó muy mal y por lo tanto, se tomó en el Ministerio del Aire
la decisión de precintar las instalaciones de Punta Escullos”. A pesar de haber
recibido el apoyo del Ministro de Marina Nieto Antúnez, el teniente general
Muñoz Grandes y el director de la Guardia Civil, el día 31 de Diciembre de 1968
a las 17.00 horas los jóvenes vieron cómo el ejército precintaba las
instalaciones. Torres Cuadra estaba presente: “Yo mismo me encargué de
incinerar la documentación de montaje. Luego cada uno volvió a sus estudios y
yo me prometí no volver a hacer más cohetes para investigación. Mejor hacerlos
para la guerra. Y me dio resultado”.
La vida de este ingeniero almeriense iba a estar marcada el
constante desafío a las leyes de Newton y al infortunio de tener grandes planes
pero ir siempre por libre... o con malas compañías. Muchos proyectos saldrían
mal pero sus éxitos -buena parte en el ámbito militar- le permitirían vivir
como un maharajá y arruinarse después como un dandy. Porque José Luis Torres
Cuadra, este hombre humilde que hoy vive en su Almería natal, llegó a comprarse
un avión privado Falcon “para ir a tomar unos whiskies a París, Londres y Roma”
después de haber hecho fortuna como ingeniero militar en la Filipinas del
General Marcos.
Alma Letal. cap.2
2. Un cerebro de armas
tomar
Dice Torres Cuadra que se metió al negocio del armamento
porque nadie le daba un duro por sus inventos de paz, pero no hay que tomarlo
al pie de la letra. Tras el despegue del España I (minuto de silencio por el
ratón Adolfo) se fue a estudiar ingeniería a Madrid mientras seguía enredando,
en privado, con sus inventos. En 1973 creó una máquina capaz de predecir
terremotos: Prometeo. Intentó venderla a varios países pero consideraron que
era “una tecnología demasiado avanzada para la época”, cosa que se demostró
cierta en el siglo XXI: los actuales equipos de prevención de seísmos se basan
en ideas similares a su aparato de los setenta. “Habría salvado vidas si lo
hubieran comprado antes”, reflexiona su creador entre el lamento y la vanidad.
Mientras acudía a clase en la Politécnica creó un turboquemador para motores
que combatía la contaminación atmosférica y que recibiría un premio de la
Universidad de Malibú. Gracias a ese ingenio, empresas como American Motors o
Chrysler enviaron cartas mostrando interés en desarrollar varios prototipos.
Pero él tenía otros planes.
Dice Torres Cuadra que se metió en las armas porque nadie le daba un duro
por sus inventos de paz, pero no hay que tomarlo al pie de la letra...
España caminaba hacia los últimos años de Franquismo y
Torres Cuadra trabajaba a caballo “entre Venezuela, México, Estados Unidos” y
su país. No sabe precisar dónde empezó a plantear el diseño del Omega 2000, el
arma secreta cuyo desarrollo le obsesionaría durante más de 15 años, pero sí
recuerda, “como si fuese ayer”, que junto con Mariano Navarro-Rubio, hijo del
ministro de Hacienda y presidente del Banco de España franquista, intentó
vender el proyecto “a los militares españoles”. También que probó suerte “en
Irán, Irak y Filipinas”, donde encontró a la fortuna por un camino inesperado.
El periplo por la antigua colonia iba a convertirse en la
época más feliz de su vida. De entrada, los hombres del dictador Ferdinand
Marcos, cuyo sueño era que Filipinas gobernase militarmente Oceanía, lo
nombraron oficial del ejército, requisito necesario para producir armamento en
el país. Transitó por escenarios de guerra abierta, participó en
interrogatorios a los insurgentes de las guerrillas y contempló los horrores
del combate con los ojos extasiados de un joven aventurero. Aunque le llevó al país
la posibilidad de desarrollar su arma secreta, acabó “construyendo 400
tanquetas de aluminio para el ejército” del dictador y comiendo “los riñones de
los prisioneros, como hacían los filipinos, que pensaban que ahí residía la
fuerza del guerrero”. Hizo tanto dinero que estuvo a punto de morirse de vicio.
A finales de los setenta se marchó a la Filipinas de Marcos. “Hacíamos
tanquetas como churros y me forré”.
Ahora recuerda aquel tiempo como una diversión constante y
un continuo desafío científico. “Hacíamos tanquetas como churros... y me
forré”. Conserva fotos con un sinfín de mujeres, siempre en restaurantes finos,
copa en mano. Una mano que por aquel entonces aún estaba entera. Entre tanta
sílfide, el joven Torres Cuadra parece el protagonista de una película del
destape: bajito, bigotudo, moreno, un poco contento y triunfador: “A Imelda
Marcos [esposa del dictador] la veía un día sí y otro también en el palacio de
Malacañán. Estaba como esta mesa y encima teníamos que aguantar sus gorgoritos,
porque cantaba”, dice mientras señala nuestra grabadora, que apenas se mantiene
firme sobre centenares de carpetas, fotos, planos, cartas, billetes de avión,
pasaportes...
“A Imelda Marcos la veía todos los días. Estaba como esta mesa y encima
teníamos que aguantar sus gorgoritos, porque cantaba”
En Manila ganó la friolera de “850 millones de pesetas [5,1
millones de euros]” durante los locos años filipinos, de finales de los setenta
a principios de los ochenta. Regresó porque tenía un pie aquí y el otro... “en
el otro barrio… ¡del vicio!”, aclara. Tras dejar el hospital donde se recuperó
de sus “juergas”, se gastó su fortuna en un jet Falcon y volvió a España
“vacilando”. Ahora conocía los límites de su cuerpo. Buscó tierras menos dadas
al desfase. Recibió de parte de dos socios una invitación interesante: dirigir
un laboratorio moderno de armamento en Irán, donde Jomeini había declarado la
revolución islámica. La idea le pareció adecuada para esta etapa de descanso y
desintoxicación que se había propuesto, y también sonaba muy lucrativa. Y allá
que se fue, sin saber que la decisión iba a estar a punto de costarle la vida
Alma Letal. cap.3
3. Terror en Teherán
En 1983 el diario almeriense La Crónica reproduce las
declaraciones de Torres Cuadra, que ha vuelto de Irán para arreglar ciertos
“asuntos personales” y se volverá a marchar en breve. Se deshace en elogios
hacia los ayatollah, afirma que los países europeos “deben salvaguardar la
independencia de Irán” y cuenta que trabaja en la creación de “una planta
depuradora de aguas”. Todo mentira o ingenuidad, o mezcla de las dos. A Irán se
ha ido para hacer misiles y está a punto de vivir el momento más peligroso de
su vida. Paradójicamente, la información más veraz de esta página de periódico
aparece en un pequeño anuncio de la ONG Ayuda en Acción: “En nuestra mano está
el decidir algo tan tremendo como una vida humana”. Mano. Tremendo. Vida
humana. Quédense con esto.
Contó a la prensa que se iba a
fabricar una depuradora de aguas a Irán. Tódo mentira. Su trabajo eran los
misiles
Antes de aquella entrevista Torres Cuadra había pasado un
par de meses en Irán. No vivió mal, a juzgar por la serie de fotos que
conserva: picnics en el campo y cafés y bromas en la terraza de la suite de su
hotel; allí le vemos vestido de militar, pecho al aire, con una AK47 o una
pistola en la sien, una especie de presagio. A las pocas semanas de estancia en
Teherán descubrió que el laboratorio que le habían preparado no estaba a la
altura: “Se había quedado obsoleto, por no decir que era una mierda, y ni
siquiera me pusieron un intérprete para hablar con los colegas ingenieros
iraníes. Encima no me dejaban comer cerdo ni tomar whisky”. Pero lo que en un
primer momento parecía un problema logístico se iba a convertir en un auténtico
calvario. Volvió a Madrid para desarrollar los componentes más complejos de los
cohetes y fue entonces cuando dio la entrevista en el diario La Crónica. No
sabía que la Revolución Islámica había decidido que el científico español
recién llegado a su programa militar era un espía. Alertados, los dos socios,
cuyos nombres no quiere revelar -“no quiero joder más”- se marcharon a Teherán,
en teoría para negociar nuevas condiciones de trabajo allí. Torres Cuadra
sospecha que lo vendieron a los ayatollah. Y cambia de golpe el tono de voz.
Empieza a sumergirse en su pesadilla. Su peor pesadilla: “Un comando de
mercenarios a sueldo desembarcó en Madrid y asaltó mi laboratorio”, resume.
Robaron planos, informes y todo el material que encontraron. Y justo después,
el ingeniero recibió una llamada: si no volvía a Irán, pasarían a su familia y
a sus socios “a cuchillo”.
Jomeini ordenó su secuestro: “Creían que era un espía”. Durante el rapto,
el inventor “meaba a los guardias” para que lo matasen
La persona que había tenido tan buenas palabras para el
régimen de Jomeini ahora regresaba a Irán atemorizada. Iba directo a una
trampa: terminaría trabajando encerrado en el laboratorio con la sombra
permanente de un guardia armado y no le permitirían abandonar el país si no
terminaba su encargo. Pero ¿cómo llevarlo a cabo? “El acero para las carcasas
de los misiles se pedía a Alemania pero llegaba oxidado, como chatarra”. Hacía
peticiones constantes. Al principio eran constructivas: mejor alimentación, más
espacio para trabajar y “que dejasen de apuntarle con los fusiles”, tal y como
reflejan las cartas que escribió a sus superiores. A cambio, recibía amenazas.
La tensión iba en aumento y explotó, literalmente, la mañana del 15 de
diciembre de 1983. Torres Cuadra echó mano del termómetro de su laboratorio.
Marcaba un grado centígrado.
-Así no puedo trabajar. Hace demasiado frío para estos
componentes.
El guardián señaló una mezcla de explosivos y le apuntó con
el fusil:
-Trabaja.
“El laboratorio estaba obsoleto, por no decir que era una mierda, y encima
no me dejaban comer cerdo ni beber whisky
Bajo amenaza de muerte, acercó su mano izquierda a la mezcla
que le habían puesto delante y trató de alejar el resto del cuerpo. Un instante
después había perdido los dedos e iba camino del hospital.
Los meses posteriores son la agonía de un científico herido
y secuestrado. “Hoy no puedo ni comer, me duele la mano”, leemos en sus
diarios, que son una sucesión de esperanzas y desvelos, de quejas silenciosas e
ira contenida. Pensando que la muerte era la única salida, se sacó el pene ante
sus guardianes y les meó en los pies. “Lo hice para que me mataran”. Pero no
funcionó: “Me molieron a hostias y me mandaron de vuelta para el laboratorio”,
nos cuenta. Quería que lo aniquilasen o lo echasen del país, así que, además de
cantidades desorbitadas de dinero en cuentas suizas, envió a sus captores
exigencias ligeramente contrarias a la moral islámica: “100 cajetillas de
cigarrillos Rothman, 60 cajas de cerveza, seis botellas de whisky....”. Solo
obtenía palizas. “Con el alcohol etílico que usaba para los cohetes me hacía el
carajillo”, recuerda dejando entrever un gesto de orgullo.
En 1984 Interviú publicaba el relato del secuestro con final
feliz. Torres Cuadra había logrado escapar del país con una treta fantasiosa:
hizo creer a las autoridades que el ejército español arrasaría Irán si no lo
soltaban. El embajador español, Javier Oyarzun, desmintió la amenaza pero logró
el salvoconducto para liberar a su compatriota. En el reportaje Torres Cuadra
se declaraba “enemigo eterno” de los ayatollah, que acabaron dictando una fatua
contra él. Pero en esta amenaza letal anidaba su siguiente aventura. La noticia
llegó al adversario número uno de Irán, Saddam Hussein, que le propuso irse con
él.
Alma Letal. cap.4
4. La mano derecha de
Saddam se pasa al ecologismo
Decidí irme a Irak para darles por culo a los iraníes”, nos
dice Torres Cuadra mientras abre la carpeta de sus tribulaciones en Bagdad.
Vaya si lo consiguió. En 1984 la República de Irak vivía uno de sus momentos de
mayor esplendor, con Saddam Hussein en constante política de cal y de arena
hacia la comunidad internacional. Torres Cuadra se instaló en el hotel más
lujoso de la capital, el Ishtar Sheraton, y empezó a trabajar en la
modernización de los misiles rusos Scud, esta vez con excelentes materiales y
trabajadores que no solo hablasen parsi.
A los Scud, protagonistas de la Primera Guerra del Golfo,
les hizo un tunning, aumentando la capacidad de vuelo “con una mezcla de
combustibles diferente a la original”. Pero también construyó tres cohetes Al
Hussein que con un alcance de 2.800 kilómetros podían caer sobre Roma o Viena.
Solo lanzaron uno, y Torres Cuadra asegura que los otros dos se mantuvieron
escondidos aun después de la Segunda Guerra del Golfo, ya en pleno siglo XXI.
¿Serán esas las armas de destrucción masiva que buscaba George Bush?
A los misiles Scud, protagonistas durante la I Guerra del Golfo, les hizo
un tunning aumentando la capacidad de vuelo
Su éxito en tierras de Saddam fue enorme. Lo nombraron
Teniente Coronel Honorífico del ejército iraquí y llegó a conocer en persona al
dictador: “El mejor hombre al que le he dado la mano en mi vida, tenía una
mirada que te cagabas en los pantalones”. Aún conserva un ejemplar de su
biografía oficial dedicado con estas palabras en español: Para mi amigo
ingeniero José le regalo este libro para que se conoce [sic] mi biografía del
presidente Saddam Hussian y lo que representa para su país y su nación arabic.
“Saddam [Hussein] es el mejor hombre al que le he dado la mano en mi vida,
tenía una mirada que te cagabas en los pantalones”
Pero los años no solo pasan, los años pesan. A su regreso a
España, Torres Cuadra hizo los últimos intentos de vender su fusil de asalto
Omega 2000, pero finalmente desistió. El guerrero había enterrado el hacha y se
concentró en los proyectos ecologistas de sus inicios. En 1990 construyó en el
municipio asturiano de Pola de Siero una máquina enorme. Los talleres de
automóviles no sabían qué hacer con todo el aceite quemado que retiraban de los
vehículos: es una sustancia contaminante, irrecuperable y de imposible
reciclaje. Torres Cuadra decidió que se podía convertir en energía y convenció
al alcalde para que le permitiera instalar una planta prototipo capaz de
conseguir esta transformación, lo cual hacía sin expulsar humo a la atmósfera.
Más adelante, tras la catástrofe del Prestige, inventó “en
una tarde” una máquina para limpiar chapapote que se construyó y se probó con
éxito en un pueblo de A Coruña. El artilugio patentado por Torres Cuadra
disparaba arena sobre el fuel pegado a la roca y aspiraba la mezcla resultante.
Pese a que limpiaron parte del paseo marítimo de Caión, los contratos, según
denuncia, se los llevaron grandes empresas.
Aunque ya no se dedica al negocio de la guerra, en sus ojos aparece una
detonación de luz cuando despliega los planos de su arma secreta
Y ahora... ahora Torres Cuadra es un jubilado. Aunque solo
oficialmente. Su último invento es una planta de procesamiento de residuos que
convierte la basura en energía eléctrica limpia y que ha intentado vender a
Gibraltar ante la falta de interés de empresas españolas. Pero aunque ya no se
dedica al negocio de la guerra, una especie de detonación de luz aparece en sus
ojos cuando abre una nueva carpeta con su mano mutilada, despliega una gran
hoja de papel con los planos de su arma secreta y empieza a explicar lo que
hasta ayer era su mayor secreto: “Habíamos hecho pruebas de proyectiles contra
planchas de acero, pero no habíamos disparado a ningún ser vivo. Así que...”.
Alma Letal. cap.5
5. Una escopeta
nacional
Año 1977. Mientras España se dirige hacia la democracia
entre ruido de sables, en un despacho de la Real Maestranza, en la calle
Raimundo Fernández Villaverde de Madrid, flota un olor espeso de puro de
sortija. La estancia está decorada con armaduras y armas antiguas y los
militares escuchan con atención a un inventor almeriense. José Luis Torres
Cuadra está nervioso. Cree que es un momento decisivo. Siempre le ha gustado la
seriedad. Para hablar de negocios se siente más cómodo en un despacho que en un
lugar público, y más para un negocio así, que a lo largo de tres décadas será
considerado alto secreto por varios gobiernos. Midiendo sus palabras, muestra
los planos de las balas que está diseñando y explica a los militares que los
proyectiles “matan por shock traumático”, es decir, “que una bala colapsa el
sistema nervioso de la víctima aunque le roce en la mano”.
A su lado está Mariano Navarro-Rubio, hijo del que fuera
presidente del Banco de España y Ministro de Hacienda de Franco. Se han
convertido en socios. Torres Cuadra pone la inventiva y la ingeniería;
Navarro-Rubio, que está al frente de un despacho de abogados, sus dotes de
seductor y los contactos que le procura su posición familiar. Con ayuda de un
par de ingenieros y varios ayudantes, los socios han puesto en marcha el
proyecto para construir en serie las balas que Torres Cuadra ha hecho
artesanalmente hasta el momento. No hay nada concluyente, pero la cosa promete.
Uno de los ayudantes que participaron en aquel negocio, que
prefiere permanecer en el anonimato, explica que “la primera idea de Mariano
Navarro-Rubio, sin contar con los militares españoles, era vender los
proyectiles y el subfusil a los sudafricanos”, que estaban bloqueados en la
compraventa de armas debido al Apartheid. Después de varias reuniones la
embajada sudafricana se interesa en poner dinero para desarrollar el arma:
“Para nosotros era en plan pirata: si sale, somos ricos”.
Pero después de unas semanas de vacaciones, el ayudante
regresó al tajo para ver cómo iban los preparativos. No encontró a Torres
Cuadra en su despacho. “¿Dónde está José Luis?”. Navarro-Rubio contestó: “No te
podemos decir nada, nada”. A los pocos días “Mariano me coge en su Mercedes
descapotable, damos 18 vueltas a Madrid y acabamos en la calle Fortuny en unos
apartamentos”, recuerda el ayudante. Allí estaba el inventor, encorvado sobre
sus mesas de dibujo y “protegido por tres gorilas”.
Él Omega 2000 estaba diseñado para perforar un carro de combate. Sus balas
“mataban por shock traumático”
En aquel momento, con la embajada de Sudáfrica interesada en
el desarrollo de un arma cuya venta era ilegal, los socios firmaron los papeles
de confidencialidad que serían una constante en el desarrollo del Omega 2000.
Poco después, los negocios con el país del Apartheid se fueron al traste. Había
que acelerar la producción, así que el despacho alquiló al ayuntamiento de
Salas de los Infantes, en Burgos, unos túneles ferroviarios abandonados. Allí
proyectaron galerías de tiro y una pequeña fábrica de explosivos para crear los
combustibles de las balas. Contrataron a dos nuevos ingenieros para acelerar el
trabajo mientras Navarro-Rubio y uno de sus ayudantes trataban de buscar nuevos
compradores en España. Y, como decimos, lograron una reunión en la Real Maestranza
de Artillería.
Uno de los ingenieros ayudantes nos recibe en una cafetería
del centro de Madrid. Tampoco quiere dar su nombre: “Son cosas de juventud y
así tienen que quedar”. A los 28 años participó en el desarrollo de la tobera
de la bala, la pieza que marcaba la diferencia del Omega 2000 con cualquier
otro fusil imaginable. “Recuerdo que tenía unas características increíbles
diseñadas por este tío, una penetración del acero impresionante, podía penetrar
un carro de combate”, sintetiza el ingeniero.
Para este ingeniero de 65 años aquellos fueron quizás los
momentos más tensos de su vida. En 1977 era un recién licenciado que hacía el
servicio militar cuando lo captaron para aquel proyecto armamentístico.
“Mariano y el ayudante me dicen: hay una reunión y tienes que venir. Y les
digo: Macho, yo no me puedo ausentar, que esto es la mili. Además, ese día
estaba de guardia… Al rato se me acerca un brigada profesional y me dice que
vaya a hablar con el capitán. Voy pensando que me iban a empaquetar por algo y
nada más llegar el capitán me suelta: ‘Se tiene que ir usted a una reunión a
Madrid, le están esperando unos señores’. Y digo: Hombre, joder…. Y me
interrumpe: ‘Nada, tranquilo, ya he hablado con quien tengo que hablar y no
pasa nada, le sustituye otra persona, ya sabemos que esto es un tema secreto’”.
Por decirlo a la española: al llegar al Cuartel General de
Artillería, al ingeniero se le pondrían los huevos de corbata. Descubrió que el
proyecto avanzaba, al parecer, bajo la supervisión del Antonio Gutiérrez
Mellado, primer ministro de Defensa de la Transición española. En aquella
primera reunión aparecieron un capitán, dos comandantes y un brigada. El
ingeniero se cuadró: “A sus órdenes, mi comandante; a sus órdenes, mi
comandante; a sus órdenes, mi brigada… y el capitán me dijo: ¡Sargento! ¡Vamos
a dejarnos de mariconadas que aquí no hemos venido a saludarnos!”.
Entonces alguien
nombró al general Gutiérrez Mellado, y el comandante le cortó: “Bueno,
dejémoslo en El
General...”
¿Qué pintaba allí este ingeniero? “Recuerdo que me
preguntaron por el diseño de la fábrica, y por la tobera, que nos había costado
un poco por la presión de los gases, me acuerdo perfectamente… Y el comandante
en jefe dijo que estaban interesados, pero que querían liderar, es decir, hacer
la fábrica en plan seguro, porque para eso tenían sus sistemas, nos dijo, y se
ofrecieron a colaborar con nosotros para hacer el diseño del prototipo y
probarlo. Entonces alguien nombró al general Gutiérrez Mellado, y el comandante
le cortó, lo recuerdo: Bueno, dejémoslo en El General...”.
La reunión fue un éxito. El ejército parecía dispuesto a
todo: la oportunidad de liderar la producción de un arma tan poderosa era un
caramelo demasiado goloso como para dejarlo pasar. Sin embargo, el ingeniero no
había visto el arma en funcionamiento. José Luis Torres Cuadra seguía
experimentando con los combustibles y el diseño interno de los proyectiles,
pero para contentar al ejército había que demostrar que aquel trasto
funcionaba. ¿La solución? Una prueba sobre el terreno. Los ingenieros y Torres
Cuadra marcharon a una finca en Villalba, al norte de Madrid, para probar los
proyectiles. A falta de un fusil con que dispararlos, usaron unas mangueras de
plástico como cañón. Colocaron varias hojas de papel y un montículo de arena.
El primer disparo atravesó un papel y perdió la fuerza; el segundo acabó
rodando por el montículo de arena. Torres Cuadra lo atribuía al tubo, pero el
ingeniero pensaba: “Madre mía, nos meten en un castillo y nos fusilan”. Después
de aquel día decidió abandonar el proyecto.
“Un alto mando me
pidió que informase de que el proyecto había sido un fracaso: Tú salvas tu vida
y yo mi puesto”
Poco después toda la alianza iba a saltar por los aires, y
no por un fallo en la manipulación de explosivos. José Luis Torres tenía una
novia colombiana y Navarro-Rubio era un seductor. “Me churreó a la novia”, dice
el inventor. Como respuesta Torres Cuadra se plantó en la puerta de casa de
Navarro-Rubio con una ametralladora: “De milagro no nos matamos a tiros ese
día. Así acabó nuestra asociación”.
Han pasado más de tres décadas desde aquella despedida y
Navarro-Rubio sigue viviendo en Madrid. Para él, aquellos días fueron "una
época apasionante en la que nos dejamos llevar por la ilusión de alguien [José
Luis Torres Cuadra] al que, creo, le faltaba capacidad técnica para llevar a
cabo lo que planteaba, al menos entonces". Por eso, según Navarro-Rubio,
los militares españoles "terminaron descartando la idea". Por eso y
porque "este tipo de proyectos científicos en España eran más fruto de la
imaginación que algo realmente posible".
Mi nombre es Cuadra, Torres Cuadra
José Luis Torres Cuadra tuvo la idea de inventar su arma
silenciosa viendo Solo se vive dos veces, la quinta película de James Bond.
Cuando Sean Connery quiere despistar a los guardias del volcán donde se esconde
el villano Blofeld, enciende un cigarrillo que dispara un único proyectil. “Eso
lo tengo que hacer yo”, se dijo el almeriense, y se puso a la tarea.
Muchas personas han construido sus propias armas a lo largo
de la historia pero el fenómeno alcanza su punto cumbre en nuestros días. En
Austin, Texas, vive Cody R. Wilson, de 26 años. Entre 2012 y 2013 pudimos ver
-en medios como Forbes o Vice- que había creado un arma de plástico capaz de disparar
balas del calibre 380 sin saltar en pedazos, y la había hecho en su propia casa
gracias a una impresora 3D. Stratasys, fabricante de la impresora, arrebató al
chico su aparato. Sin embargo, desde entonces, Wilson, considerado “una de las
15 personas más peligrosas del mundo” por Wired Magazine, se ha hecho con otras
impresoras 3D y su primera pistola de plástico, Liberator, parece un juguete:
ahora se dedica a las armas automáticas y las ametralladoras.
Torres Cuadra tuvo la
idea de inventar su arma silenciosa viendo Solo se
vive dos veces, la quinta película de James Bond
Wilson, un Torres Cuadra en la era de los píxeles y la
impresión tridimensional, se sorprendería si supiera que entre 1970 y 1986 hubo
en España hasta tres prototipos de un fusil artesanal cuyas balas tenían una
fuerza específica de 3,7 toneladas hasta los mil metros. Este arma española “no
fallaba porque no tenía piezas mecánicas” y era “idónea para los cuerpos
especiales”, tal y como señala un informe el boletín de inteligencia Birds, y
su aspecto exterior recordaba a las metralletas de plástico Liberator: una
carcasa confeccionada con fibras de carbono y plástico, cargadores de cartón y
una frecuencia de fuego de 2000 disparos por minuto. Disparos totalmente
silenciosos, como el cigarrillo de James Bond.
Pero lo que mataba a Torres Cuadra, frecuentemente, eran las
negociaciones. “Aquí en España, si inventas un arma primero tienes que
patentarla. Y en el momento que llegas a la oficina de patentes, la misma
oficina llama al ejército, que luego te llama a ti y te dice: por su patente le
vamos a dar doscientas pesetas. Luego sacan una pistola y te la ponen en la
cabeza. Y después el proyecto desaparece”, explica. Antes de irse a Filipinas,
el proyecto de vender el Omega 2000 al ejército Español se había malogrado. “Un
general me llamó un día y me pidió que informase que el arma había sido un
fracaso”. Se lo transmitió, según Torres Cuadra, con total confianza: el arma
había llamado la atención de personas ambiciosas y sin escrúpulos en las
cúpulas militares. “Tú salvas tu vida y yo mi puesto”, le soltó.
En Irán aterrizó con
una nueva evolución: “Pequeña, manejable y liviana, sin piezas mecánicas que
pudieran encasquillarse”
Lo dejó estar y se marchó a Filipinas a trabajar con Marcos.
Allí, mientras desarrollaba tanquetas de aluminio, intentó valerse de su
influencia para construir el arma en serie. Entonces ya había un primer diseño
definitivo, “pero la tecnología necesaria para construir los proyectiles era
demasiado avanzada para los laboratorios filipinos” y el desarrollo “tuvo que
esperar”.
El Omega 2000 tenía un
misil tierra-aire incorporado, pero "si te lo dejabas encendido... ¡Podías
montar una catástrofe aérea!”
Pero Torres Cuadra no iba a rendirse. La documentación
revelada por Acuerdo -en la que el subfusil aparece bajo otros nombres, como
Delta 2000 o Tirachinas- demuestra sus conexiones con los ejércitos de varios
países, entre ellos Chile, Argentina y Nigeria, además de Sudáfrica. En agosto
de 1983, recién llegado de Irán, José Luis Torres Cuadra ya tenía una evolución
perfeccionada del arma: “Pequeña, manejable y liviana, sin una sola pieza
mecánica que pudiera encasquillarse”, ahora también estaba equipada con un
pequeño misil tierra aire que se disparaba automáticamente al detectar un
avión: “Había que apagarlo bien... ¡Porque si te lo dejabas encendido podías
montar una catástrofe aérea!”.
Sin embargo, quedaba una prueba importante. Torres Cuadra
disparó los proyectiles contra materiales diversos, pero necesitaban ver qué
ocurría cuando se disparaba a algo vivo. Así que se fue en compañía de sus
socios a un pantano. De nuevo al norte de Madrid, esta vez cerca del Pantano de
San Juan. Allí compraron una vaca “que estaba muy pachucha” y que tendría el
dudoso honor de ser el único ser vivo que recibió un disparo del Omega 2000. El
veterinario contratado para que realizar la autopsia tuvo poco que hacer. El
animal pastaba a quinientos metros de la bancada de tiro. El arma emitió un
silbido una única vez y al instante su blanco “se había desintegrado” por completo:
“El cachico más grande era así...”.
El arma se iba a malograr en 1986. “El caso de Francia lo
explica todo”, cuenta su inventor… y mientras habla su humor empeora de golpe:
a través de un amigo, “hijo de diplomáticos”, se mudó “a un castillo en Francia
propiedad de María Vladímirovna Romanov, hija de un primo de Nicolás II”,
último zar de Rusia. Al parecer, las negociaciones con el gobierno galo
avanzaban, los socios se multiplicaban al olor de los posibles beneficios y
todo parecía ir por el buen camino. El almeriense produjo proyectiles perfectos
“con técnicas de microfusión” y organizó algunas “demostraciones de fuego real”
con el pequeño misil antiaéreo.
Pero la economía del armamento es un camino espinoso: al
término de las negociaciones había tantos intermediarios que el proyectil, cuya
fabricación costaba 75 pesetas (unos 0,45 euros), se había inflado con un
precio “cien veces superior”. El ministerio de Defensa francés llamó por
teléfono: “No podemos comprar un arma que gasta 1.000 dólares (744 euros) en
cada disparo”. José Luis Torres Cuadra colgó el teléfono y, con su habitual
campechanía, dictó la sentencia de muerte del Omega 2000: “Que le den por culo
al arma”.
De vuelta a España, el matavacas, apodo que le persiguió
durante décadas en el mundillo militar, se fue “a una finca de Almería con
algunos amigos”. Excavaron un foso de dos metros, depositaron los prototipos y
los proyectiles en el fondo y volaron el material con una carga de explosivos
plásticos capaz de derribar un edificio pequeño. Así desapareció del mapa el
fusil de asalto más poderoso inventado por el hombre, el arma secreta española
que distintas naciones estarían a punto de utilizar en las últimas batallas de
la Guerra Fría. Después de aquello José Luis Torres Cuadra decidió abandonar el
armamento. Y dedicarse de nuevo “a la paz”.
La reunión con el Ejército fue un éxito: “Parecían
dispuestos a todo”. Liderar la producción del arma era un caramelo demasiado
goloso
El Omega 2000 estaba diseñado para perforar un carro de
combate. Sus balas “mataban por shock traumático”
Entonces alguien nombró al general Gutiérrez Mellado, y el
comandante le cortó: “Bueno, dejémoslo en El General...”
“Un alto mando me pidió que informase de que el proyecto
había sido un fracaso: Tú salvas tu vida y yo mi puesto”
Torres Cuadra tuvo la idea de inventar su arma silenciosa
viendo Solo se vive dos veces, la quinta película de James Bond
En Irán aterrizó con una nueva evolución: “Pequeña,
manejable y liviana, sin piezas mecánicas que pudieran encasquillarse”
El Omega 2000 tenía un misil tierra-aire incorporado, pero
"si te lo dejabas encendido... ¡Podías montar una catástrofe aérea!”
El ministerio de
Defensa francés fue tajante: “No podemos comprar un arma que gasta 1.000
dólares en cada disparo”
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Fuente: www.elconfidencial.com
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