Otoño de 2014 se presenta como un momento decisivo para el futuro de la
sociedad catalana y española.
nuevatribuna.es | En Campo Abierto | Por Ángel
Duarte Montserrat | 12 Septiembre 2014 - 07:53 h.
El pasado viernes 5 de septiembre los amigos
de Federalistes d’Esquerres se presentaron en Girona, ciudad
en cuya universidad trabajo desde hace años. En rigor, desde hace décadas.
Tuvieron la brillante idea de invitarme a participar en el
acto y, junto a conspicuos federalistas, viejos combatientes por la libertad y
el progreso social, jóvenes feministas y sindicalistas de siempre, tomé la
palabra. Lo hice sin apenas notas. Y fue, la mía, una intervención pesimista,
desesperanzada, sabedora de que (aunque justo, necesario y sigo creyendo que
genuinamente emancipador) el principio federativo va, en Cataluña, a
contracorriente. Pocos días más tarde Javier Aristu me invitó a colaborar en
este blog de referencia. No me resistí mucho. La amistad y la admiración por la
labor que desarrolla En campo abierto es lo que tiene: que
compromete. Lo que viene a continuación son, pues, unas notas, un tanto
deslavazadas, sobre lo que dije.
Lo primero, lo inexcusable, dije, es
constatar la realidad. Otoño de 2014 se presenta como un momento decisivo para
el futuro de la sociedad catalana y española. No en todos los aspectos.
Básicamente parece ser un momento clave en aquello que se refiere a las
modalidades de articulación, o desarticulación, territorial de los pueblos, de
las comunidades autónomas, de las regiones y naciones de España. La celebración
de la Diada, el día 11, habrá dado lugar, cuando lean estas líneas, a una
amplia, amplísima movilización ciudadana que, tras el llamado a defender el
derecho a decidir constituye la expresión, pura y simple, de la hegemonía
cultural alcanzada por el independentismo político. Más allá de la identidad, los
otros elementos de la agenda decisoria –hasta llegar a el tot(todo)
que exige la CUP- no son más, por lo menos a estas alturas, que la fantasía de
numerosísimos sectores de la izquierda que, están convencidos, se situarán al
frente de las multitudes para encauzarlas, en un proceso constituyente, hacia
la defensa de un modelo de sociedad más justo y solidario.
De cómo se ha llegado a esta situación no
voy a tratar aquí. Abundan las explicaciones, a lado y lado, lineales y
simplonas que no ayudan a entender nada, aunque contribuyan a estimular y
avalar a los actores en presencia. Algún día habrá que abordar los orígenes,
las causas, los estímulos de todo tipo que ha tenido el proceso vivido en
Cataluña. Me resisto a hacerlo aquí en profundidad. Me limitaré a advertir que
resulta tan falaz retrotraerse a 1714 como, exclusivamente, a junio de 2010. Y
añadiré que probablemente deban sumarse, a cuenta de una relación más
exhaustiva, tres elementos tan dispares como:
a.- Las limitaciones de un modelo
autonómico en el que la capacidad de gestión y decisión de las regiones y
nacionalidades –en rigor, muy elevada en términos comparativos- no se ha visto
complementada por una paralela “conquista del Estado”, si se me permite la
expresión, por parte de los territorios que la integran. El paso que quedaba
por dar, el federal, ha quedado en buena medida esterilizado por la fuerza de
un tabú que operaba sobre el concepto y que, muy probablemente, se halla detrás
de la incapacidad de hacer del Senado una genuina cámara territorial o de
asegurar la presencia de la voz de las comunidades autónomas (díganse estados,
provincias o lo que sea) en instancias tan decisivas en esta historia (insisto,
no en junio de 2010 sino antes y después) como el Tribunal Constitucional. Las
resistencias no han sido sólo políticas sino que, en muchos casos, han sido
protagonizadas por técnicos (jurídicos, económicos,…) que no estaban dispuestos
a perder peso o prerrogativas.
b.- la ausencia de una cultura federal en
un país, por España, materialmente y hasta me atrevería a decir que
constitucionalmente federal. En realidad, las lógicas cooperativas hace tiempo
que fueron sustituidas por otras competitivas –no sólo en el dominio de las
posiciones corporativas a las que aludía, implícitamente, en el anterior punto.
Por lo demás, en no pocos territorios, Cataluña en concreto, se han producido
en las últimas décadas procesos compulsivos de nation-building que
dejan en mantillas los ejercicios de nacionalización española en los tiempos
contemporáneos. No sólo nos hemos hecho o construido como país, sino que nos
hemos hecho diferenciándonos, distinguiéndonos, separándonos. Añadiría que,
como suele ser lo usual en estos casos, mirando por encima del hombro y, lo más
patético de todo, indiferenciando al otro en sus partes y expresiones. Es
curioso constatar cómo, a pesar de su éxito, esos procesos son negados por
muchos de quienes los llevan a cabo. Acaso porque buena parte de su éxito
radique en que la ciudadanía no los perciba como tales. La escuela, el sistema
comunicativo, el ámbito de lo lúdico-festivo son otros tantos terrenos en los
que el triunfo ha sido clamoroso.
c.- un proceso de esta naturaleza tiene
costes. Entre otros, uno de imprescindible para cualquier proyecto federal: la
pérdida de sentido, en el discurso de la izquierda, del concepto de equidad. El
otro, lo apuntaba anteriormente: definiendo España, el resto de España, como un
todo sin especificidades. La dialéctica es bilateral. No se contemplan otros
sujetos –léase, por poner un ejemplo que nos queda cerca, Andalucía-, con sus
voces, intereses y lógicas.
Bien, sea como sea la Diada de 2014
aparece como el prólogo de lo que debería pasar el 9 de noviembre: una consulta
en la que la ciudadanía catalana sea llamada a decidir sobre su futuro y, de
paso, el de los otros. No, por lo demás y retomo lo escrito en el segundo
párrafo, sobre todo su futuro sino, en realidad, sobre el mismo en un orden de
cosas muy concreto: el de la identidad y sus posibles expresiones
administrativas.
Digo bien, administrativas. La soberanía
hace tiempo que radica en otras latitudes y se expresa por otras vías. Cuando
se formula con nitidez, aunque no precisamente a la luz del día, no hay
preceptos legales ni marcos constitucionales que valgan. No parece que la doble,
confusa y excluyente pregunta pactada por las fuerzas políticas catalanas –sin
contemplar todas las opciones reales en juego, sin aclarar que pasará con el
euro y la UE (advierto al lector que un servidor es de los muy críticos para
con dichos factores; aunque mis razones las reserve para otro día); sin nada de
parecido a un reglamento, a una ley de claridad que especifique cómo
interpretar los resultados y que uso hacer de los mismos – haya de resolver la
cuestión.
Probablemente, si se llega a celebrar la consulta
o, en caso contrario, si listas independentistas copan centenares de
ayuntamientos en las elecciones municipales de la próxima primavera, tengamos
un escenario rupturista. Y lo tengamos, además, como resultado de la (no)
dialéctica desplegada por un Estado gobernado por una mayoría conservadora y
neo-centralista (de hecho, es el ámbito de lo municipal el más duramente
golpeado en esos últimos años). De eso a ver en dicha ruptura contenidos de
orden social… hay que ponerle mucha imaginación.
Estoy por decir que en ningún caso el
proceso, ni el resultado que pueda tener, alterará las políticas concretas que
los supervisores de proximidad, los unos y los otros, los de Madrid y los de
Barcelona –incluso no pocos de Sevilla tercos en mantener como interlocutores
privilegiados a una burguesía empresarial de cortos vuelos y especulativa-, nos
administran. Estas, en rigor, no se cuestionan.
¿Qué me hace sostener tal afirmación? De
las incipientes manifestaciones de oposición, allá por 2011, a los efectos sociales
de la crisis, a los recortes y a las políticas denominadas de austeridad, de
aquellas movilizaciones que en otros escenarios pusieron límites al
desmantelamiento de la sanidad pública, ha quedado muy poca cosa. Si en
el ciclo de respuesta colectiva en las calles catalanas al deterioro
democrático y a la crisis social y económica, estos elementos hubiesen sido los
determinantes, con toda seguridad ni Boi Ruiz, ni Irene Rigau, ni Andreu
Mas-Colell, ni… seguirían al frente de sus respectivas consejerías: Salud,
Educación, Economía. La unanimidad patria ha tenido, y tiene, más fuerza
que la respuesta social. O, si lo prefieren de otro modo, la respuesta social
se ha canalizado en términos nacionalistas. Lo cual quiere decir, para ser más
claros, que la ha neutralizado.
Es por este cúmulo de razonamientos, aquí
apenas esbozados, que el pasado día 5 no tenía yo muchas ganas de hablar en
público. Es más, tampoco las tenía a la hora de poner a escribir estas rayas.
La perspectiva federal exigiría, a diferencia de todo lo que está ocurriendo,
recuperar la idea de una reforma constitucional –a mi entender republicana y
federal- para toda España; requeriría rehacer las alianzas de las clases
trabajadoras catalanas con las del resto del país e implicarlas en una transformación
real de la estructura del Estado; reclamaría pensar seriamente, y sin tabúes
europeístas de por medio, la cuestión del euro y de la UE… Tantas cosas…
Entonces, ¿por qué me decidí a ir y ahora
a darles a conocer estas notas? Por el recuerdo de una exigencia gramsciana. En
septiembre de 1927, desde la prisión de San Vittore, en Milán, Antonio
reconvenía a su hermano Carlo: “Tu carta del 30 de agosto es realmente
dramática. Me propongo escribirte a menudo a partir de ahora, para intentar
convencerte de que tu estado de ánimo no es digno de un hombre (y ya no eres
tan joven). Es el estado de ánimo de los que sucumben al pánico, de los que ven
peligros y amenazas por todas partes, y por eso se hacen incapaces de obrar
seriamente y de vencer las dificultades reales una vez determinadas y
distinguidas las dificultades imaginarias creadas por la mera fantasía”. Pues
eso. Las dificultades son enormes, pero somos adultos, que es lo que Gramsci,
anoto, quería decir con lo de ser “digno de un hombre”. Y, aunque a veces lo
parezca, no estamos en una prisión y es menos costoso hacer frente a las
fantasías.
Por Ángel Duarte Montserrat | En Campo
Abierto
Fuente: www.nuevatribuna.es



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