David Torres 02 agosto 2012
Fue Tarantino quien
advirtió que Superman es el único superhéroe que no lleva máscara, que su
psicología funciona justo al revés de la de Spiderman o Batman, hombres de
carne y hueso tocados por un poder superior al lado de un extraterrestre con
apariencia humana que necesita unas gafas para perderse entre la muchedumbre.
Con las gafas, Superman se transforma en Clark Kent, un periodista algo patoso
que parece tímido y blandengue pero que en realidad podría partir un edificio
de una toba.
Del mismo modo, en
medio de la plana mayor ultramontana del PP, plagada de bichos raros y señoras
caníbales, Gallardón es el único que aparenta normalidad, el único que pasa por
ser un tipo sensible y cultivado, con su antepasado musical y sus guiños
progres, hasta el punto de que al emborracharse, como sin querer, le sale de
vez en cuando un balbuceo sarasa. Aznar usaba un truco similar para parecer
humano: decía que leía poesía árabe y que hablaba catalán en la intimidad,
también aseguraba que conducía harto de vino como si todos los fines de semana
rompiera la barrera del sonido en la ruta del bacalao, pero no hay forma de
imaginarlo más que haciendo abdominales de mil en mil y deletreando en voz alta
el manual de instrucciones de la minipimer.
Sin embargo, a
Gallardón, ese Clark Kent justiciero, el truco le funciona gracias a las gafas,
aún cuando planee extender el concepto de aborto hasta la masturbación o le
confirme el marquesado al nieto de Queipo de Llano, aquel famoso locutor de
radio que patentó la defecación por la boca mucho antes de la fundación de
Telecinco. Queipo de Llano hacía la guerra radiofónica alentando el
fusilamiento general para que España se fuese haciendo a la idea y la violación
indiscriminada para que los legionarios no echasen de menos a la cabra. Ese
forofo del genocidio sigue enterrado a día de hoy a los pies de la Macarena,
con todos los honores militares y las bendiciones eclesiásticas, lo cual es
como si Goebbels tuviera un túmulo con vistas en la catedral de Colonia, pero
es que aquí siempre estuvo muy claro de qué bando estaba Dios.
El tiranousario del
franquismo reina en los museos con su prestigio intacto y su etiqueta azul de
salvapatrias, mientras incontables muertos anónimos duermen el sueño eterno
bajo las cunetas, removiéndose en busca de una placa, un recuerdo, un pellizco
de justicia retrospectiva, como los muertos de Paracuellos, por ejemplo. Aparte
del marquesado, sólo falta, para insultar un poco más la memoria de las
víctimas, que Gallardón se vaya a mear a las cunetas y que institucionalice el
18 de julio como día nacional de la meada. Podría empezar por la tumba de
Lorca, si supiéramos dónde está enterrado, pero por favor, que no se quite las
gafas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario