La verdadera historia de un artilugio vejatorio
Jueves, 13 de noviembre de 2014
Cuenta J.G.Barcala
que en su infancia un libro que trajo su madre le causó una gran
sensación. Se trataba del libro titulado "Eva en Camisón", del
autor mexicano Marco Aurelio Almazá. Uno de los capítulos que más
le llamó la atención fue uno titulado “El Cinturón de Castidad”,
en el que relataba las medidas que un caballero medieval tomaba antes de partir
a las Cruzadas, para evitar que su esposa le regalara un adorno cornamental en
la testa de los que ya nunca se pueden quitar.
Pero el defensor de la civilizacion cristiana y occidental cuando volvió
de las Cruzadas, comprobó que durante su viaje de retorno había perdido las
llaves que abría las puertas del paraíso. El hombre, desesperado, había
perdido el tino cavilando acerca de cómo resolver aquel complicado
entuerto. Fue su propia mujer, sin embargo, la que vino a resolverle el
problema con una simple insinuación: "Querido, hay un guardia en el
muro oeste que lo puede abrir en menos de un minuto…"
"Esa es la idea con la que me quedé en la cabeza, - cuenta J.G.Barcala
- que el cinturón de castidad era un invento de aquellos caballeros
medievales que siguieron la llamada para rescatar Tierra Santa de los infieles,
y para que sus doncellas no les fueran ídem, recurrían a esos armatostes de
complejas cerraduras. Esa es la idea también de la mayoría de personas a las
que he preguntado, y de otras que no conozco, pero que han escrito al respecto:
era un invento de los cruzados para evitar la infidelidad.
Pero hete aquí que hace unos meses, mientras leía un libro sobre Saladino, me
acordé del cinturón de castidad, y me entró curiosidad por saber a quién se le
había ocurrido tan inoperante invento, y me encontré con una sorpresa. Según
parece, nunca, ningún caballero cruzado instaló un sistema de seguridad en la
entrepierna de su esposa, probablemente porque ni siquiera conocían el aparato
en cuestión. En todo caso, y aún creyendo que fuesen funcionales y realmente
evitaran los escarceos extramatrimoniales, a juzgar por los diseños existentes
y sus materiales, las pobres portadoras terminarían muriendo de alguna llaga
infectada. Y toso esto suponiendo que alguna mujer aceptara llevarlo como
muestra de fidelidad a su sacrificado esposo. No me lo trago.
La primera aparición en la historia de un cinturón de castidad, no ocurre
sino hasta el siglo XV, esto es, al menos cien años después de la última
Cruzada. En 1405, Konrad Kyeser publicó un libro sobre tecnología
militar, donde describe e ilustra catapultas, ballestas, arietes, instrumentos
de tortura y, sin saber por qué, incluye el diseño de un cinturón de castidad,
el primero del que tenemos Cinturón de castidad en el libro Bellifortisnoticia.
El dibujo está acompañado por comentarios que más que técnicos parecen
sardónicos: “Estos son los calzones de hierro cerrados por el frente que llevan
las mujeres florentinas. Candados en las criaturas de cuatro patas, calzones en
las mujeres de Florencia. Una broma que enlaza esta preciosa
serie; se la recomiendo a la noble y obediente juventud.” Es muy difícil
descifrar el verdadero significado de estas frases, pero según los
historiadores expertos en el tema, se trata de una simple Palacio del
Dogoinsinuación al hecho de que las mujeres de esa ciudad no aceptaban tan
fácilmente las insinuaciones de un soldado. En todo caso, no existe ninguna
evidencia fehaciente de que los artefactos existieran en aquella época. .
Entonces, ¿Cuándo aparecieron realmente?
A pesar de que desde el Renacimiento se hacía mención a ellos en relatos y
poesías, los primeros cinturones aparecieron en la primera mitad del siglo XIX,
y no precisamente para evitar las relaciones sexuales entre dos personas. Los
dos objetivos en mente de los usuarios y de aquellos que les obligaban a
llevarlos, era evitar la masturbación, y proteger a las mujeres de intentos de
violación cuando estas comenzaron a acudir a lugares de trabajo, especialmente
en las fábricas donde los obreros no eran lo que podríamos considerar
caballeros. Y no es de extrañar, si la Era Victoriana se
distinguió por algo, es por su mojigatería. Además, desde comienzos del siglo
XIX y hasta bien entrado el XX, la medicina occidental consideraba la práctica
como dañina para la salud.".
"Alguno me reprochará - concluye Barcala - el
haberle destruido uno de los mitos más divertidos de la Edad Media,
a mí mismo me ha resultado un palo, pero la historia es lo que es, y es nuestro
deber separar la verdad de la leyenda, dentro de nuestras posibilidades. Aún
así, creo que la imagen del caballero luchando con las ganzúas para abrirse
camino hacia el pubis de su princesa, permanecerá en mi mente para siempre. Hay
cosas que a veces es mejor no borrar, aunque sean fantasiosas, o precisamente
por ello".
Fuente: http://canarias-semanal.org/
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