2014/07/11
Ciro Hernández
Este interesante artículo aparecido en Zona Crítica sobre la ideología
de Podemos pretende poner las cosas en su sitio.
Pero claro, si a su conclusión lo que se nos ofrece no son más que una serie de
preguntas abiertas y sin contestar, difícilmente podremos pensar que lo haya
logrado.
Es muy cierto que el problema es el de
comprender las transformaciones en la estructura social del capitalismo
post-industrial, tal y como se afirma en este artículo. A la vista está que la
aplicación a gran escala de la tecnología en el sector secundario –la
industria– ha acabado desplazando al conjunto de la actividad productiva hacia
el terciario –los servicios–. Las consecuencias de ello quizás no sean tan evidentes,
pero están ahí: la fragmentación y dispersión de la tradicional clase
trabajadora y la retahíla de efectos derivados de ellas.
Muy sintéticamente, a medida que se
rompían las originarias concentraciones de los trabajadores en grandes empresas
se iba desvaneciendo la conciencia de clase. En el lugar de tales
concentraciones aparecía una constelación de trabajadores autónomos y por
cuenta propia dispersos por todo el tejido productivo en pequeñas empresas
personales de servicios o con muy pocos empleados. Las condiciones para que esa
clase trabajadora atomizada pudiera constituirse en sujeto político
transformador se tornaron entonces particularmente adversas. En esas
condiciones a los trabajadores les resultó cada vez más difícil identificar con
claridad al enemigo común de clase que los explotaba y los explota. Esos
trabajadores a duras penas podían y pueden percibir su propio cometido en la
superestructura económica poco más allá del afán por abrirse camino en la
jungla económica del mercado para sobrevivir o incluso para tener éxito en el
acceso a la riqueza económica.
Ahora bien, como siempre la realidad es
muy tozuda. Además de lo anterior, otra consecuencia de la tecnificación
acelerada de los procesos productivos en la economía capitalista ha sido el
incremento espectacular de la producción masiva de bienes y servicios. De ahí
viene la hipertrofia que han experimentado los mercados y sus manifestaciones
más evidentes a través de todas las patologías del consumismo. En realidad, lo
único que hoy parece dar salida a tal cantidad de producción es el fenómeno de
la omnipresente publicidad en los medios de comunicación de masas como eficaz
mecanismo para el estímulo artificial de las necesidades humanas.
Pero ¿Qué nos puede hacer pensar que el
excedente de producción derivado de la tecnificación de la economía se llegará
a distribuir ajustado adecuadamente a sus posibilidades reales y equitativas
entre la sociedad? Nada. Incluso por momentos, hoy, parece que ocurre lo
contrario. Aquí no nos vamos a detener en hablar del mecanismo interno que
desencadena las crisis de superproducción porque ya lo hemos hecho en ocasiones
anteriores (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=184350). Tan sólo recordaremos que la sustitución del factor
humano por las máquinas en la actividad productiva en la actualidad excluye de
manera irremisible a amplias capas sociales en el reparto del excedente de la
producción de los bienes y los servicios. Aunque hasta hace poco estas capas
sociales eran empujadas hacia el sector servicios, la fase actual del
desarrollo capitalista ya ni siquiera puede garantizarles alguna ocupación en
ningún sector de actividad.
Por eso a nosotros nos resulta
desconcertante la afirmación que se contiene en el artículo de Zona Crítica de
que “la revolución que propone Podemos no sería obrera”. Es evidente que una
revolución si no es “obrera” es porque deja de tomar a los trabajadores en
general como los únicos y exclusivos protagonistas políticos, como los
legítimos beneficiarios de su propia acción económica: la producción de los
bienes y los servicios. Así que, ya puestos a hacernos preguntas ¿Quiénes van a
ser los sujetos sociales que se beneficiarán de las transformaciones derivadas
de ese proceso revolucionario? ¿Acaso serán las nuevas burguesías y las
pequeñas burguesías a las que se refiere el artículo, las mal llamadas clases
medias? ¿Serán exclusivamente los que apenas consigan sobrevivir en la jungla
del mercado? ¿O serán los que hayan tenido éxito en su acceso a la riqueza
económica? ¿A lo mejor serán los que han sido expulsados de su condición de
trabajadores para malvivir en los márgenes del sistema?… ¿Quiénes serán?
La verdad es que no tiene nada de extraño
que en el artículo su autor concluya entre interrogaciones dado el conocimiento
parcial y el tratamiento superficial de los procesos políticos, sociales y
económicos a los que se refiere. Su posición no le puede conducir a otro sitio
que no sea a un montón de preguntas como éstas últimas o las que él se hace.
La lógica de los procesos históricos nos
revela que cualquier proceso revolucionario anterior ha sido precisamente para
alumbrar un orden social, político y económico más justo. Por mucho que se
quiera negar, la desastrosa situación actual de la economía en los países del
capitalismo avanzado muy bien puede apuntar a la necesidad de un nuevo orden
acorde con los tiempos. En cuanto que las consecuencias de la situación se
acaben por trasladar a la sociedad y a sus instituciones políticas de gobierno,
en el caso de tener que darle una salida a la creciente desigualdad,
insatisfacción social y a la desafección política ¿Cuál sería la solución para
amalgamar los intereses de la variada y dispersa composición de las capas
sociales del capitalismo actual?
En el artículo citado su autor se acaba
por plantear como desafío que, efectivamente, para Podemos no existe más
enemigo político común a batir que los poderes financieros. Por eso viene a
decir que Podemos sitúa la propuesta de democracia radical frente a ellos. Es
arto evidente que el discurso y el programa de podemos hacen hincapié en la
responsabilidad de las finanzas en la gestación y en la eclosión de la crisis.
Precisamente aquí es donde está la clave del asunto ¿Es el capitalismo
financiero el único responsable de la crisis? Nosotros pensamos que no;
pensamos que tiene gran parte de la culpa, pero que no la tiene toda. El
capitalismo es una estructura jurídico-política basada en la propiedad de los
medios de producción mucho más compleja que su sector financiero. Seguramente
también la codicia comercial e industrial tiene mucho que ver con la crisis y
con sus consecuencias. Aquí las únicas víctimas reales de esta situación siguen
siendo las de siempre.
Por eso lo más lógico sería volver a
pensar en el proceso de emancipación iniciado por las clases desheredadas de la
fortuna desde los orígenes históricos del capitalismo a través de la lucha
social y de las organizaciones obreras. Hasta que alguien pueda demostrar lo
contrario esas clases han sido, son y serán las clases trabajadoras. Ellas son
las que soportan el peso de la producción de bienes y servicios, ellas deberían
ser las verdaderas beneficiarias del nuevo orden de cosas. Cualquier revolución
posible debería apoyarse precisamente en ese sujeto político transformador.
De no hacerlo así, la nueva situación
económica, política y social solo podría asemejarse a la que ya padecemos y ya
no sería nueva. Por mucho que el excedente de la producción tecnificada permita
excluir a muchos de su condición de trabajadores o los someta a ese enemigo
cada vez más invisible y distante que se llama capital, la conquista del poder
político la deberían llevar a cabo las clases sociales trabajadoras y sus
organizaciones políticas. Plantear que es posible un verdadero cambio del
status quo en general sin aceptar esta premisa será aquello de lograr que algo
cambie para que todo siga igual.
Esta última es la única transformación
posible para alcanzar la verdadera justicia social. El consentir que las viejas
clases propietarias sigan en sus puestos al mando en la economía solo servirá
para que, más tarde o más temprano, vuelvan a las andadas y terminen por
dictarle las políticas a los gobiernos de turno para poder obtener mayores
beneficios y riquezas. Una fórmula de democracia radical participativa
expandida no podría hacer mucho contra el chantaje de estas burguesías hacia el
estado ¿De que serviría tal democracia si a estas clases se las sigue dejando
que tomen las decisiones empresariales, si conservan su iniciativa económica y
la ambición de realizar lucrativos negocios explotando las necesidades
sociales?
El resultado sería totalmente
desconcertante porque el capitalismo se habría salido con la suya: unos
dirigentes políticos austeros, honestos y ejemplares para estabilizar un
sistema corrupto, podrido y reproductor de desigualdad. Esto lo lograría
gracias al prestigio público de unos gobernantes que se limitarían a meter en
cintura al sector financiero respetando al resto de la estructura económica de
la explotación capitalista. Eso se parece pasmosamente a un proyecto reformista
del tipo al que nos tiene acostumbrados la socialdemocracia. Para ese viaje no
hacían falta alforjas. Así es que nosotros pensamos que con tal conclusión
hemos dado cumplida respuesta a las preguntas formuladas en el artículo de Zona
Crítica. La democracia participativa radical solo será posible cuando todos nos
reconozcamos como iguales en la única condición social y económicamente posible
para sostener el progreso: la de trabajadores.

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