La actual Residencia de Estudiantes no guarda el
espíritu de la antigua ILE. Foto / Isabel Permuy.
Por Sergio C. Fanjul /
Periodista. En 1876 un grupo de catedráticos universitarios, encabezado
por Francisco Giner de los Ríos y en el que se encontraban Gumersindo de
Azcárate o Nicolás Salmerón, se apartaron de la Universidad Central de Madrid,
en defensa de la libertad de cátedra, y se negaron a aceptar los dogmas
religiosos, políticos o morales establecidos. Fue el origen de la Institución
Libre de Enseñanza (ILE), que empezó con el objetivo de formar a los
universitarios de forma científica y laica al margen del Estado, pero que acabó
ocupándose de la educación desde primaria, pues había que empezar desde la raíz
para formar a ciudadanos libres y demócratas, siguiendo la senda del krausismo.
La influencia de los institucionistas fue decisiva en los avances sociales de
su época y en el advenimiento de la “República de las Letras” (1931-1936).
La aventura regeneracionista de la ILE
acabó con la Guerra Civil y el triunfo del franquismo, pero, a partir de la
Transición, su regreso vino por la vía oficial con los Gobiernos del PSOE, que
volvieron a abrir la Residencia de Estudiantes, gestionada por la
Fundación Giner de los Ríos. Pero muchas de las personas que durante la
dictadura mantuvieron vivo el espíritu de la ILE, sobre todo descendientes de
destacados institucionistas, son muy críticos con estos herederos oficiales, a
quienes consideran unos impostores. Los acusan de pervertir la memoria de la
ILE y de la Residencia, destruir el patrimonio de estas instituciones,
restringir el acceso a los archivos a solo unos pocos privilegiados y, en
definitiva, gestionar desde hace treinta años estos organismos de manera poco
transparente.
“Pseudoinstitucionistas” en un cortijo
Si hoy en día alguien nombra la
Residencia de Estudiantes lo primero que se le viene a uno a la cabeza son los
tiempos heroicos de los célebres Federico García Lorca, Salvador Dalí o Luis
Buñuel, convertidos en verdaderos mitos. Desde este organismo se han encargado
bien de que así sea a través de numerosos eventos y exposiciones, pero algunos
se quejan de que la Residencia fue mucho más.
La Residencia fue fundada en 1910 por la
Junta para la Ampliación de Estudios (que se ocupaba de promover la
investigación y educación científica en España) como un complemento a la
educación universitaria, siguiendo las ideas de la ILE, y llegó a ser uno
de los centros neurálgicos en los que se desarrolló la llamada Edad de Plata de
las ciencias y las letras españolas, época de florecimiento intelectual que
podría enmarcarse entre el desastre del 1898 y el comienzo de la Guerra Civil.
El científico Santiago Ramón y Cajal en 1899.
El cardiólogo Luis Calandre, que tenía
estrecha relación con Santiago Ramón y Cajal, fue médico de la Residencia y de
la Junta de Ampliación de Estudios. Hoy, su nieta Cristina Calandre es una de
las voces más críticas con la supuesta manipulación de la actual Residencia.
“Los verdaderos protagonistas de la Residencia no fueron los poetas y artistas
como Lorca y compañía, que tenían apenas dieciocho años, sino los científicos,
hombres ya en la treintena que estaban en la cumbre de sus carreras. En la
Residencia, por ejemplo, estaban los laboratorios donde se hacían las prácticas
de las clases de Ramón y Cajal, pues no había espacio suficiente en la
Universidad Central”, explica.
“Yo estudié a mi abuelo”, continúa
Calandre, “y detecté en los documentos que había sido delegado de la Junta de
Ampliación de Estudios durante la guerra y no aparecía en ningún estudio ni
informe del CSIC. Esto llamó mi atención y fui tirando del hilo, descubrí qué
paso en la guerra, qué hubo en la Residencia”. Lo que descubrió Cristina
Calandre fue la existencia de un hospital de carabineros, de un refugio y de
una plaga de malaria en la capital que fue combatida, con éxito, desde este
hospital. “Pero esto se silencia, solo se habla de los poetas”, se queja
Calandre, “y mientras tanto se ha ocultado patrimonio, como el refugio
antiaéreo subterráneo que se cavó en 1937, durante la guerra, y se han talado
los chopos centenarios de la colina”.
Desde el final de la guerra la
Residencia y todos los edificios de la Colina de los Chopos fueron confiscados
y utilizados por el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) para
diferentes fines. Ya bien consolidada la democracia, en 1986, siendo ministro
de Cultura Javier Solana, la Residencia de Estudiantes se reconstituyó, pero a
juicio de muchas personas que mantienen el espíritu de aquellos maestros, como
Cristina Calandre, viene siendo regida desde entonces por
“pseudoinstitucionistas”. “No tiene nada que ver con la idea original”, dice:
“antes era un lugar donde los buenos estudiantes recibían becas para formarse,
ahora tiene un enfoque más elitista, centrado en las exposiciones, conferencias
y en albergar a los investigadores que ellos quieren. De la Residencia original
dirigida por Jiménez Fraud hemos pasado a una con un patronato formado por
grandes multinacionales, entre otras fundaciones, y coronada por la monarquía
(Felipe de Borbón preside el patronato), cuando la esencia de la ILE era republicana”.
Respecto a la falta de transparencia y a
la dificultad para acceder a los archivos de la Residencia se pronunció el
columnista y crítico literario Manuel Rodríguez Rivero en el suplemento Babelia
de El País del 31 de julio de 2010, en el fragmento que se reproduce a
continuación. “Además de los actos programados [para la fiesta veraniega
anual], sería bueno que la conmemoración sirviera para modificar inercias y
facilitar el acceso de los investigadores a los archivos de la Residencia. El nihil
obstat para las solicitudes de investigar en sus fondos se hace a menudo
esperar demasiado o, lo que es más grave, depende de criterios arbitrarios, lo
que podría hacer pensar a los afectados que los responsables de la institución
actúan como propietarios de un cortijo (tú puedes venir a cazar, tú no puedes
venir a cazar). Desde hace años -que yo recuerde, desde la puesta en marcha del
archivo virtual de la Edad de Plata, financiado por la Fundación Botín a
finales del milenio anterior- no se hace público un catálogo actualizado (el
anterior lo guardo como oro en paño) de los archivos adquiridos o depositados,
ni se ha incrementado el número de documentos digitalizados al alcance del
público. Y eso que se han incorporado muchos legados (originales y copias): desde
los de Juan Marichal y Solita Salinas a los de Alejandro Sawa (muy goloso),
Rodolfo Halffter o Bosch Gimpera. Ya sé que, tradicionalmente, las críticas a
la gestión de la Resi no son bien recibidas por sus directivos. Pero, a
pesar de todo, ofrezco gratis et amore un lema para (el resto) del
centenario: Residencia, transparencia”.
“La Residencia ha ido recopilando
documentos de todo lo relacionado con el primer tercio del siglo XX, la Edad de
Plata, incluidas cosas de mi abuelo”, explica Pilar Altamira, nieta del jurista
e historiador Rafael Altamira, “pero después de tener todo y hacernos
emocionarnos a muchos que entregamos nuestro archivo, no se cumplió nada de lo
prometido. Se iban a hacer publicaciones, congresos, epistolarios, etc., pero
luego no se ha hecho nada. Lo tienen allí solo para que accedan sus amistades y
luzca en sus publicaciones”.
Como señala en la citada columna
Rodríguez Rivero, la Residencia (y otros organismos afines) lleva gobernada sin
pausa desde hace casi treinta años por el mismo grupo de personas, entre los
que destacan José García Velasco o Alicia Gómez Navarro, “un equipo directivo
que, con una u otra cara (la anterior sigue disponiendo de habitación reservada
y mando en plaza), se perpetúa contra viento y marea desde 1986”.
El fundador de la ILE, Francisco Giner de los Ríos
(centro), junto a Manuel Bartolomé Cossío (izquierda) y Ricardo Rubio
(derecha).
El Tribunal de Cuentas detecta
irregularidades
Respecto a la gestión de la Residencia
también se ha pronunciado el Tribunal de Cuentas, de lo que dio cuenta el
diario La Razón el 2 de abril de este año. El Tribunal encontró
irregularidades en la adjudicación de algunos de los contratos más importantes
a la Fundación Giner de los Ríos, en concreto nueve contratos por valor de 806.267
euros entre 2005 y 2009. Explica el periódico que, según el informe del
Tribunal, “la Giner es una fundación privada de cuyo patronato formaban parte
la directora de la Residencia, el director honorario y la directora de I+D de
la Residencia con la que ésta colaboraba frecuentemente. Pero, además, añade
que en los citados contratos ‘la adjudicación fue directa, sin la concurrencia
de otros candidatos, siendo los criterios empleados la continuidad de los
trabajos a realizar y la especialización de la empresa en el ámbito de la
realización de trabajos editoriales’”.
La Fundación Giner de los Ríos, que
supuestamente sigue la tradición de la ILE y publica actualmente su boletín,
también es objeto de muchas críticas por la destrucción del recinto original de
la Institución, en el madrileño paseo del General Martínez Campos 14, aunque la
Fundación lo llama “rehabilitación y ampliación de su sede”, comenzada en 2008.
“La Fundación, con García Velasco como secretario, una persona muy hábil para
sacar dinero y pactar con unos y con otros, pensó en hacer aquí un vivero de
fundaciones, con varias fundaciones amigas y salas de exposiciones, etc.”,
explica Teresa Jiménez-Landi, otra descendiente de un ilustre institucionista y
autora del libro Dos pabellones emblemáticos de la Institución Libre de
Enseñanza. Según observa Teresa, durante las obras se han destruido parte
de los jardines con patios escolares históricos, la acacia centenaria que
habían mantenido los institucionalistas y dos pabellones escolares históricos
del arquitecto Bernardo Giner de los Ríos, “aunque no han podido tocar la
fachada de la casa de Giner de los Ríos, por la protección ministerial, pero la
han reformado entera por dentro, modificando los techos y los suelos”, explica.
“No se entiende cómo la Fundación Giner de los Ríos, cuya misión es proteger el
legado de la Institución Libre de Enseñanza, ha llegado a destruirlo. Hoy, si
te asomas a la obras, solo se ve un bosque de columnas”.
Teresa Jiménez-Landi fue durante
veintidós años documentalista de la ILE y fue despedida precisamente por
criticar esas obras (ver ATLÁNTICA XXII número 1).
Esta revista ha tratado en numerosas
ocasiones de contactar con la Residencia de Estudiantes y conocer su versión de
los hechos que se relatan en este reportaje, sin ningún éxito. Sus responsables
de comunicación se limitan a no dar “ningún crédito” a las opiniones críticas.



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