21
octubre 2013
Jorge Moruno Danzi
Albert
Rivera, líder del partido político catalán Ciutadans parece que se ha embarcado
en una apuesta a nivel estatal con el Movimiento Ciudadano. Abrigado por el
apoyo mediático del periódico El Mundo, pretenden llevar fuera de Cataluña el
espíritu y los valores que en Cataluña tan buenos resultados les están
generando. En gran medida esos buenos resultados y perspectivas que tienen en
Cataluña, se deben a que es Ciutadans, quien mejor se está posicionado para
recoger el descontento contrario a la movilización por el derecho a decidir,
que tanto el PP, golpeado por la corrupción y los recortes en Madrid, y el PSC
que se encuentra entre dos tierras, son incapaces de seducir. Aquí encontramos
el motivo fundacional de la existencia de Ciutadans: la construcción
identitaria española frente a la movilización catalanista y por el derecho a
decidir. Lejos de no ser un grupo identitario, su razón de ser es la defensa
del nacionalismo español frente al catalán, pero en ningún caso la superación
de la disputa nacionalista.
El objetivo es
entonces, escribir un relato identitario de tal forma que esa identidad eclipse
cualquier otra y que ser nacionalista español sea lo natural y no una opción
nacionalista. La ideología siempre está más presente cuando menos parece
estarlo, aparece cuando más se asume como algo normal. A la pregunta en
Intereconomía sobre cuáles son las diferencias entre Ciutadans y el PP respecto
a las posiciones independentistas, la respuesta de Rivera fue explicar lo que a
Ciutadans le diferencia del independentismo, pero no del PP. Dicen defender una
España que reconoce su historia, por lo que la pregunta que nos tenemos que
hacer es, ¿La España de quién, la historia de quién? ¿La historia que se
remonta a 1492 y que pega un salto hasta 1978, donde parece más fácil
reivindicar en 2013 un genocidio de hace 5 siglos, que homenajear la llegada de
la II República? ¿Qué España? ¿La de las SICAV y las empresas del Ibex 35 que
se van a paraísos fiscales, o la España de la precariedad y los desahucios?
Izquierda y derecha es posible que ya no definan de manera muy clara las
posiciones políticas, ningún problema, no son más que formas de expresar algo,
pero lo queda claro es que hay una España minoritaria de los de arriba y una
España mayoritaria de los de abajo.
El Movimiento
Ciudadano de Albert Rivera también pretende Enterrar a las dos Españas
por arte de magia, simplemente por decirlo y no por tratarlo. Por ahora,
enterrados solo lo están las víctimas del franquismo en las cunetas mientras
esperan ser despedidos algún día por sus familiares. Ocultar la porquería
debajo de la alfombra nunca ha sido sinónimo de una buena limpieza, solo sirve
para esconder las evidencias durante un tiempo. En los antípodas de la justicia
está pensar que se puede enterrar la sonrisa canalla de un torturador como
Billy el Niño, en la misma tumba que el sufrimiento y dolor de sus víctimas.
Pero en este país hablar de las dos Españas no solo tiene que ver con una clase
de historia, es sobre todo hablar de la actualidad: la desigualdad entre unos
pocos que acumulan la riqueza, que otros muchos generan mientras se quedan con
la pobreza. Me cuesta encontrar el nexo que une a Emilio Botín o
Rosell, con el aspirante a una oferta de de
trabajo como reponedor 3 días a la semana durante 30 minutos al día
cobrando a 4,87 euros brutos la hora. A lo mejor eso que nos une en
el Movimiento Ciudadano de Rivera es lo mismo que nos unía en la campaña de UPyD:
que todos tenemos un DNI. No hay que enterrar la realidad, hay que desempolvar
la dignidad.
La puesta en escena
del Movimiento Ciudadano busca mostrar mesura y concordia rechazando el
desacuerdo y el conflicto, abrazando el consenso y la unión. El conflicto no es
agradable, es mejor pensar en positivo, negar la realidad y unirnos todos sin
discutir que unos pocos viven a costa del tiempo y esfuerzo de muchos. Negar
que el desacuerdo y el conflicto son la base de la política, es negar la
desigualdad existente y buscar una unión que no pone en discusión el marco
asumido de las relaciones de poder: no sea que entremos en conflicto y se
separe lo que nos une. El Movimiento Ciudadano parece alejarse de todas
las ideologías porque politizan, pero abrazan sin tapujo alguno la ideología
del mercado. Ideología cuya política es despolitizar la política, diferenciando
lo que sucede con lo que es para no mezclar economía y política. La sociedad no
es un sistema armonioso donde los conflictos pueden ser tratados con soluciones
meramente técnicas, no se trata de la gestión de una empresa, se trata de la
gestión y del reparto del poder entre sectores sociales muchas veces
enfrentados.
Todos los puntos
fuertes del manifiesto del Movimiento Ciudadano hacen hincapié en medidas que
se asemejan más a una operación de cirugía estética, que a una a corazón
abierto. Siendo cierto y deseable una mayor transparencia o una modificación de
la ley electoral, la problemática de la crisis, la deuda, la casta dirigente,
el empleo, la reforma fiscal, el aumento del 13% de millonarios en el último
año y un 26% de pobreza infantil, no se solucionan con optimizar los protocolos
de actuación, sino con la valentía e inteligencia que requiere enfrentarse a
los poderosos.
Tomando prestada
cierta estética del 15M en su logo y apelando al paso de la indignación a la
acción y la ilusión, Rivera quiere así capturar el malestar ciudadano que se
expresó en las plazas, que tiene lugar en las mareas o en la lucha contra los
desahucios. Lo curioso es que dejan bien claro en su manifiesto que todo lo
legal es lo legítimo, que ningún cambio puede ser democrático si surge fuera de
la legalidad. Precisamente, cuando el 15M o la PAH forjaron su presencia y
notoriedad ciudadana en su desobediencia a la legalidad defendiendo la legitimidad.
Sin desobediencia, huelgas y manifestaciones es difícil pensar que el Tribunal
Superior de Justicia de Madrid hubiese fallado en contra de la privatización de
la sanidad madrileña, o que el Tribunal europeo por los DDHH se hubiera
pronunciado a favor de los pisos ocupados en Salt por la PAH. La democracia es
la que da sentido a la ley, pero si pensamos que es al revés, que lo legal
siempre coincide con lo legítimo, corremos el riesgo de justificar el
totalitarismo. La ley no debe ser igual para todos, la ley debe buscar
igualarnos a todos porque debe servir para mitigar el impacto de la desigualdad
y no para potenciarlo o perpetuarlo. Mejor sigamos el consejo del filósofo
Slavoj Zizek y cambiemos nuestra forma de soñar.
Sabemos
que la alternativa política existente a día de hoy no es lo suficientemente
ágil, rupturista y fresca como para enfrentarse a las emociones que pueden
llegar a suscitar la figura del “emprendedor” en la política. Quien sea capaz
de describir qué es lo viejo, cuál es el presente y proyectar un futuro, tiene
muchas papeletas para ganar. Es hora de dejar atrás a los dinosaurios, ahora es
cuando toca. Porque lo legal no siempre es lo legítimo, si así fuera nada en la
historia hubiera avanzado, nadie hubiera desobedecido a la injusticia. Confiando
en el consenso entre desiguales se perpetúan las injusticias, solo en el
disenso y el conflicto se forja la democracia. Seamos demócratas.
Fuente: www.publico.es

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