Artículos de Opinión | Alex Callinicos *
| 02-09-2013 |
Este artículo fue
escrito en 1987, como aportación al debate en Gran Bretaña. Es una síntesis de
la introducción de Alex Callinicos a la obra The Changing Working Class, 1987.
Apareció en castellano en la revista Socialismo Internacional, No 3
(enero/febrero 1995). Aún y el tiempo transcurrido, pensamos que puede
representar una contribución relevante a los debates sobre el carácter de la
clase trabajadora hoy, cuando la crisis económica vuelve a poner en el centro
la cuestión de quién tiene la fuerza para hacer frente a la oleada de ataques
sociales. Parte de la izquierda argumenta que la tradición revolucionaria y el
marxismo quedaron superados porque respondían a condiciones y a realidades ya
caducas. Se postula que la clase trabajadora se ha aburguesado, ha perdido su
consciencia o, directamente, que ha desaparecido.
Como demuestra
Callinicos, la clase productora no sólo sigue en pie, sino que su papel en el
proceso productivo sigue siendo el mismo que analizó Marx. Pues el capitalismo
es un sistema cuya dinámica se remonta a la vigencia de la acumulación y la
explotación que la mueve; esa sigue siendo la relación fundamental entre
capital y trabajo, no obstante su cambiante forma. La clase trabajadora no sólo
existe sino que, como demuestran múltiples ejemplos en los últimos meses por
toda Europa, tiene hoy un gran potencial de lucha.
¿Desapareció la clase trabajadora?
La cuestión de las
clases sociales ha sido uno de los principales temas de debate político de la
última década. Se ha planteado, sin embargo, de una forma paradójica: gran
parte de la izquierda sostiene que, en general, los antagonismos de clase ya no
constituyen la división fundamental de la sociedad y, en particular, que la
clase trabajadora está en declive y no se puede esperar que juegue el papel de
agente de la revolución socialista que Marx le asignó.
El telón de fondo de
estos debates son las derrotas sufridas por el movimiento obrero desde finales
de los años 70, sobre todo en Gran Bretaña y en Estados Unidos, pero también en
el resto del mundo capitalista avanzado. La cuestión se planteó por primera vez
durante el primer gobierno de Margaret Thatcher, con la publicación, en inglés,
de un libro del escritor francés André Gorz. El menor número de huelgas, el
aumento del paro y de los cierres de fábricas, junto con los avances
electorales de los partidos conservadores, otorgaban credibilidad a la idea de
que la clase trabajadora ya no representa una fuerza social y política.
Creo que es esencial
cuestionar la idea de que los cambios ocurridos en la estructura social del
capitalismo contemporáneo hagan necesario que las y los socialistas dejen de
considerar la lucha de clases como el elemento indispensable para entender el
capitalismo, y como el medio fundamental para remplazarlo por una sociedad sin
clases.
Esta idea se ha
propagado con relativa facilidad entre la izquierda, debido, entre otras
razones, a la confusión reinante, incluso entre mucha gente de izquierdas,
acerca del concepto de clase. Los conceptos de clase fundamentados en el sentido
común que a menudo sirven para sustentar teorías sociológicas aparentemente
sofisticadas, son un obstáculo para entender cuales son las divisiones reales
en la sociedad. Que sean éstos los conceptos que prevalecen es reflejo de la
influencia ideológica que ejerce la clase dominante sobre mucha de la
izquierda.
Entre apariencia y realidad
Estos conceptos de
sentido común se asemejan entre sí porque identifican las apariencias
superficiales existentes en la sociedad con la clase social. Las apariencias
más importantes son, probablemente, el estatus, la ocupación y los ingresos.
El estatus refleja,
sobre todo, de qué manera las personas perciben su propia posición social y
como la perciben los demás. Estudiar el estatus requiere dilucidar las sutiles
diferencias en los niveles del prestigio social (entender su jerarquía y el
esnobismo que éste conlleva).
Cuando se dice que
Gran Bretaña es una sociedad “de clases”, en general, se piensa en el estatus
(en la monarquía, en la aristocracia, en las relaciones forjadas en los
colegios exclusivos, etcétera).
Hacer hincapié en el
estatus significa centrarse en los estilos de vida de las personas y en sus
pautas de consumo. En términos generales, desde 1945, los ingresos reales de
los obreros manuales han aumentado significativamente. En ciertas cosas, las
pautas de consumo de muchos obreros manuales y las de aquellos que
tradicionalmente han sido considerados profesionales de clase media, han
llegado a parecerse: miembros de ambos grupos tienen coche, compran en los mismos
supermercados, viajan más, tienen hipotecas.
Pero las semejanzas
han sido, a menudo, exageradas. Una definición de clase que exagere la
importancia de las pautas de consumo probablemente conduzca a creer que los
antagonismos de clase han desaparecido y que ha habido una fusión entre la
clase trabajadora y la clase media. Después de la tercera derrota electoral
consecutiva sufrida por el Partido Laborista británico en los años 50, quienes
sostenían que la clase trabajadora estaba “aburguesándose” (tornándose clase
media) se basaban en la mayor opulencia y en los cambios en el estilo de vida
de los obreros manuales.
Las similitudes en las
pautas de consumo, sin embargo, pueden esconder posiciones muy diferentes en la
estructura general de las relaciones de poder y privilegio en la sociedad. En
general, el estatus es, por definición, subjetivo y refleja las actitudes de
los individuos hacía la sociedad y hacia los otros individuos. Por
consiguiente, es poco útil para explicar los cambios sociales, sobre todo
cuando éstos afectan a diversos grupos de personas que adoptan actitudes
diferentes. ¿Cómo puede el concepto de estatus ayudar a comprender las razones
que llevaron a los maestros y a las enfermeras (que se consideraban a sí mismos
como “profesionales humanitarios”), a fines de los años 60 y en los 70, a
aceptar una cada vez mayor participación en las organizaciones sindicales
colectivas, en movilizaciones sindicales y hasta en huelgas? Se mire como se
mire, no puede darse mucha credibilidad a un concepto de clase según el cual
los Estados Unidos son una sociedad menos clasista que la de Gran Bretaña,
debido a que en ese país los rituales de privilegio de los ricos y poderosos no
son tan visibles, ni están tan desarrollados. El estatus es un concepto totalmente
idealista que no sirve para analizar la sociedad.
La ocupación es otro
factor que el sentido común identifica como útil para la definición de clase.
En este caso, la clave para determinar la posición de clase del individuo es el
tipo específico de trabajo que realiza. El mejor ejemplo de este enfoque son
las investigaciones oficiales sobre la estructura social. En Gran Bretaña estas
investigaciones utilizan la clasificación de las ocupaciones establecida por el
Registro General, según la que se identifican amplias categorías ocupacionales
tales como ocupaciones manuales y de “cuello blanco”. Gran parte de los datos
empíricos sobre la clase social identifica a ésta con la ocupación. Este
enfoque merece nuestra atención, entre otras razones, porque los estudios que
lo adoptan tienden a identificar a la clase trabajadora con quienes realizan
ocupaciones manuales. Debido a que, en las sociedades capitalistas avanzadas,
el número de personas en ocupaciones manuales constituye una proporción cada
vez menor de la mano de obra, puede fácilmente pensarse que la clase
trabajadora está desapareciendo.
El definir la clase
social según la ocupación tiene, por lo menos, el mérito de contemplar las
realidades materiales del mundo laboral. No obstante, este enfoque obvia los
antagonismos intrínsecos que enfrentan a los diferentes grupos sociales dentro
del sector productivo. Es así que algunos expertos en Ciencias Políticas
consideran que uno de los mayores éxitos de los Tories ha sido recabar el apoyo
de los trabajadores manuales cualificados. Después de las elecciones de 1987,
Ivor Crewe compiló las estadísticas acerca del creciente número de votantes del
Partido Conservador entre este grupo de trabajadores: en 1974, 31%, en 1979,
45% y en 1987, 43%, lo cual daba al Partido Conservador una ventaja de 9 puntos
sobre el Partido Laborista. La conclusión a la que llegó Ivor Crewe fue que:
“Éste es el testamento más apabullante del Thatcherismo que pueda haber”. Pero
la categoría de “trabajadores manuales cualificados” abarca a los capataces, a
los trabajadores manuales autónomos y a los pequeños empresarios. Es decir que
se sitúan en una única categoría a grupos de personas cuyos intereses son
diferentes, e incluso antagónicos, a los intereses de aquellos trabajadores
manuales quienes, independientemente de su nivel de cualificación, dependen de
la venta de su fuerza de trabajo para su supervivencia.
Para que esta amplia
categoría sea útil es necesario establecer cuales son los diversos grupos que
la constituyen, ya que es probable que éstos difieran mucho en su conducta
social y política.
Algo similar ocurre
con la categoría “trabajadores de cuello blanco”. ¿Qué tienen en común el
consejero delegado y el personal auxiliar administrativo de una gran empresa?
Este es un tema
importante debido a que el incremento de la proporción de trabajadores de
“cuello blanco” en la población activa se ha visto acompañado por un aumento de
la actividad sindical de estos sectores. En el período posterior a la derrota
de la gran huelga de los mineros en 1985, los maestros y los funcionarios se
opusieron más activamente a las políticas del gobierno, encabezado por Margaret
Thatcher, que grupos de trabajadores manuales con una tradición de mayor
militancia, tales como los trabajadores de la industria mecánica o de la
automovilística. En palabras del marxista estadounidense Stanley Aronowitz, “la
etiqueta ‘cuello blanco’ presupone que existe una diferencia esencial entre la
estructura laboral de la fábrica y la de la oficina. Se trata de una categoría
derivada de la ideología social y no de las ciencias sociales”. Toda
clasificación de la mano de obra por tipos de ocupación esconde los conflictos
fundamentales que existen en la sociedad capitalista.
El tercer concepto de
sentido común identifica la clase por los niveles de ingresos. A menudo, esto
conduce a esgrimir argumentos sorprendentemente ingenuos y torpes, tales como
que el aumento del nivel de vida socava la militancia de clase. Es así que
Gavin Kitching declaró hace poco tiempo que salarios brutos de sólo 30.000
pesetas por semana para un trabajador manual, y de 24.000 pesetas para un
trabajador no manual representan “una significativa participación material en
el sistema” (!). En Trabajo asalariado y capital, Marx argumenta que el
análisis de clase no contempla los niveles absolutos de ingresos sino los
ingresos relativos que son los que reflejan cual es la distribución de la
riqueza en la sociedad. En 1985, por ejemplo, los ingresos semanales de una
familia perteneciente al 10% de las más pobres en Gran Bretaña eran de 10.000
pesetas, mientras que los de una familia perteneciente al 10% de las más ricas
eran de 84.000. La “participación material en el sistema” de estos dos grupos
es, claramente, muy diferente. Los conflictos de intereses, que se derivan de
esta situación, quedaron reflejados en el período de 1979-1985. En esos años,
los ingresos netos de un quinto de los asalariados mejor pagados aumentaron
11,6%, en tanto que un quinto de los asalariados peor pagados sufrieron un
recorte de 2,9% en sus ingresos netos.
Sin embargo, incluso
la distribución de los ingresos no es una guía perfecta para entender las
razones del conflicto de clases. Los ingresos relativos de un individuo no
explican de qué manera accede a su proporción del producto social. Hay, en
primer lugar, una diferencia fundamental entre diferentes tipos de ingresos, y
sobre todo, entre los salarios y los beneficios. Un gran accionista de una
empresa cuyo salario son los dividendos que recibe de los beneficios obtenidos
por la empresa, y un trabajador manual semicualificado, viven en mundos
diferentes. Incluso entre los asalariados hay diferentes posiciones de clase.
El trabajador manual, cuyo salario es alto gracias a la organización sindical
en la fábrica, es un empleado; también lo es el licenciado universitario que
ocupa un puesto directivo, y cuyos altos ingresos reflejan su posición en la
jerarquía por encima de los trabajadores manuales y del personal auxiliar
administrativo. Pero, ¿pertenecen a la misma clase?
Marxismo y lucha de clases
Para responder a esta
pregunta hay que abandonar los tres enfoques de sentido común que hemos
señalado. En los tres casos se considera la estructura social como una escalera
en la que los diferentes grupos sociales tienen una posición social, por encima
o por debajo de los otros grupos, según su estatus, ocupación o ingresos (algunas
ambiciosas teorías sociológicas consideran que los tres factores juntos son
determinantes). El marxista estadounidense Erik Olin Wright sostiene que los
conceptos de clase que se basan en estas “detalladas diferenciaciones son
‘estáticos’”. Wright agrega que: “tales conceptos pueden servir para clasificar
a las personas en términos de la distribución de las recompensas materiales que
reciben, pero no son válidos para identificar a las fuerzas sociales dinámicas
que determinan y transforman esa distribución”.a1
La teoría marxista de
las clases sociales, por el contrario, es parte de un intento más amplio
dirigido a entender los procesos a través de los cuales los seres humanos
construyen y transforman las sociedades en las que viven. Los cambios históricos
dependen del desarrollo de las fuerzas productivas, de los medios materiales de
producción y del elemento humano que las pone en marcha para satisfacer las
necesidades sociales. Las relaciones de producción y las relaciones sociales
que los seres humanos establecen a partir de ellas estimulan o restringen el
crecimiento del poder productivo de las personas.
La sociedad de clases
surge cuando una minoría adquiere un control suficiente sobre los medios de
producción como para obligar a los productores directos (esclavos, campesinos o
trabajadores) a trabajar no sólo para si mismos, sino también para la minoría
explotadora.
De esta concepción de
la historia se desprende que la posición de clase de las personas está
determinada por el lugar que ocupan en las relaciones de producción. La mejor
definición de clase que adopta este enfoque es la del historiador marxista
Geoffrey de Ste Croix:
La clase (que es
esencialmente una relación), es la expresión colectiva de la explotación, de la
manera en que la explotación está enraizada en una estructura social. La
explotación es la apropiación por parte de unos de una porción del producto del
trabajo de otros…
Una clase (una clase
específica) es un grupo humano que dentro de una comunidad se identifica por la
posición que ocupa en el sistema general de producción social. Este grupo se
define, sobre todo, por su relación con las condiciones de producción
(fundamentalmente por su grado de propiedad o de control de los medios de
producción y del trabajo productivo) y por su relación con las otras clases.2
La definición marxista
de la clase social tiene una serie de características que la diferencian de
otras definiciones.
En primer lugar, se
define a la clase social como una relación. La posición de clase del individuo
depende de su relación, como miembro de un grupo social, con los otros grupos
sociales y no, como sugieren los conceptos de sentido común mencionados
anteriormente que se basan en otros factores (en el estatus, la ocupación,
etc.), de la posición que ocupe el individuo en la jerarquía social.
En segundo lugar, esta
relación es antagónica: la clase dominante minoritaria que controla los medios
de producción se beneficia de la plusvalía del trabajo los productores
directos. Por consiguiente, el concepto de clase es inseparable del de lucha de
clases, una lucha que enfrenta a explotadores y explotados. En tercer lugar, la
relación antagónica se desarrolla en el proceso de producción: la explotación y
la lucha de clases son el resultado de los intentos realizados por la clase
dominante para controlar los medios de producción y el trabajo mismo de los
productores directos.
Por último, la clase
es una relación objetiva. Al contrario de lo que sostienen quienes se valen del
estatus para definir la clase social, ésta no depende de actitudes subjetivas
por parte del individuo. La clase depende de la posición que ocupe el individuo
en las relaciones de producción, independientemente de sus opiniones al
respecto. Aunque un obrero de la industria automovilística considere que pertenece
a la clase media, no deja de ser un asalariado explotado por el capital.
Wright lo resume así:
“las clases en la teoría marxista (...) se definen por la posición que ocupan
en las relaciones sociales de producción, la producción se considera, sobre
todo, un sistema de explotación”.3 Con esta definición de clase social se puede
analizar mejor los procesos mediante los cuales los seres humanos transforman
la sociedad. En otras palabras, la concepción marxista de las clases forma
parte de una teoría dinámica. Su objetivo no es etiquetar las posiciones
existentes en unas jerarquías sociales inmutables, sino comprender como las
relaciones que mantienen grupos humanos con las fuerzas productivas y con otros
grupos, les otorgan el poder para, colectivamente, escribir la historia.
El antagonismo
fundamental que rige las relaciones entre las clases en la sociedad capitalista
es el que existe entre el capital y el trabajo asalariado. Este antagonismo se
deriva de la extracción de la plusvalía del trabajador en el proceso de
producción. En El Capital Marx explica que la clase trabajadora está compuesta
por aquellos que, al carecer del control de los medios de producción, se ven
obligados a vender su fuerza de trabajo a la clase capitalista que es la que
posee los medios de producción. La cuestión ahora es saber si las
transformaciones del capitalismo, en el siglo que ha transcurrido desde la
muerte de Marx, hacen que el antagonismo de clase en la estructura social del
mundo moderno, entre el capital y el trabajo asalariado, sea cada vez menos
relevante.
Hay dos temas de suma
importancia para tratar esta cuestión. Primero, desde el comienzo del siglo XX,
se advierte una tendencia a largo plazo al incremento del número de
trabajadores de “cuello blanco”, y a la disminución del de trabajadores
manuales en la composición de la mano de obra. ¿Significa esto que se hay
producido un aburguesamiento (es decir, un aumento de la clase media)?
Nosotros sostenemos
que, una vez establecido que el lugar que el individuo ocupa para definir cual
es su posición de clase, es necesario distinguir entre tres grupos de
trabajadores de “cuello blanco”: 1º, un grupo minoritario de estos trabajadores
que son miembros asalariados de la clase capitalista y que participan en la
toma de decisiones de la que depende el proceso de acumulación de capital; 2º,
un grupo mucho más amplio de trabajadores con altos ingresos, la llamada “nueva
clase media”. La mayoría de estos trabajadores desempeñan cargos directivos o
de supervisión, y ocupan una posición intermedia entre la clase capitalista y
la clase trabajadora. 3º, el resto de los trabajadores de “cuello blanco”, la
mayoría, que desempeñan cargos administrativos auxiliares, y cuyo control sobre
su propio trabajo es tan limitado como el de los trabajadores manuales y sus
ingresos, a menudo, más reducidos. La conclusión fundamental a la que llegamos
mediante este análisis es que el aumento de este tercer grupo representa una
expansión, y no una disminución, de la clase trabajadora.
Otro tema que ha incidido
en la discusión acerca de la naturaleza del trabajo de “cuello blanco” es el de
la “desindustrialización”. ¿Han desatado las continuas recesiones económicas
que se han producido a nivel mundial, desde principios de los años 70, un
proceso de “desindustralización” que esté eliminando a la clase trabajadora de
Occidente?
La clase trabajadora vive y lucha
La distribución
ocupacional específica de la clase obrera siempre ha reflejado la estructura de
acumulación de capital. En los tiempos de Marx, el grupo mayoritario de
trabajadores asalariados lo constituían los sirvientes domésticos. Incluso en
el sector industrial, la manufactura mecanizada, método capitalista por
excelencia de producción a gran escala mediante la utilización generalizada de
maquinaria, que Marx analizó a fondo en el primer volumen de El Capital, estuvo
poco extendida durante gran parte del siglo XIX. Este método lo utilizaban,
sobre todo, las industrias más avanzadas de la época, en particular la
industria algodonera de Lancashire. Raphael Samuels observa que: “gran parte de
las empresas capitalistas en el sector manufacturero, así como en la
agricultura o en la minería, se organizaban con tecnologías manuales más que
con las de energía a vapor”. La producción mecanizada no se generalizó durante
el período de la Revolución Industrial, sino después, a finales del siglo XIX y
a comienzos del siglo XX, con el desarrollo, especialmente en los Estados
Unidos, de la producción en cadena.
La clase trabajadora
nunca ha tenido una estructura ocupacional fija, sino que ésta ha cambiado
conforme han cambiado las necesidades de la acumulación de capital. Las crisis
pueden considerarse períodos de reorganización y de reestructuración durante
los que se abandonan los sectores ineficientes, se absorben y los capitales más
eficientes ocupan su lugar. La clase trabajadora misma participa en este
proceso en el que desaparecen ciertos trabajos y se crean otros. Con
frecuencia, se deduce que estos cambios significan la destrucción de la clase
obrera, en lugar de interpretarlos como una reorganización que responde a los
cambios producidos en el sistema capitalista. En la crisis actual únicamente se
ha producido una nueva reorganización de la clase trabajadora. Es
particularmente importante acabar con el mito, ampliamente propagado por
comentaristas burgueses de los que se hacen eco sectores de la izquierda, de
que una brecha profunda e irreversible está abriéndose entre un “núcleo” de
trabajadores permanentes y privilegiados y una “periferia” de trabajadores eventuales
y a tiempo parcial, identificados como la nueva “clase de servidores”.
Siempre habrá quien lo
proclamará, en periodos en que la clase trabajadora misma está a la defensiva,
que se está produciendo la desaparición de esta. Tales argumentos los esgrimen
quienes pretenden justificar su propia capitulación política ante el orden
existente. Thomas Cooper, uno de los líderes de los Cartistas, el primer gran
movimiento trabajador que se produjo entre los años 1830 y 1840, dijo en 1872
que el gran boom económico de mediados del siglo XIX había transformado
completamente a la clase trabajadora:
Cierto es que antaño,
en la época de los Cartistas, miles de trabajadores de Lancashire iban
cubiertos de harapos y que, a menudo, muchos no tenían que comer. Pero su
inteligencia se demostraba por doquier. Se veían grupos de trabajadores
debatiendo la importante doctrina de la justicia política según la cual todo
adulto, en su sano juicio, debería tener, derecho al sufragio en la elección de
los hombres que debían establecer las leyes que los gobernarían; o se debatía
con suma seriedad acerca de las enseñanzas del socialismo. Grupos así ya no se
ven en Lancashire. Pero si se ven trabajadores bien vestidos, con las manos en
los bolsillos, que hablan de las cooperativas y las acciones que en ellas
poseen, o de las cajas de ahorro para la construcción de viviendas.4
Para entonces, Thomas
Cooper había dejado de ser parte del movimiento obrero revolucionario y había
abrazado el liberalismo gladstoniano5. La mezcla de nostalgia y auto
complacencia con la que Cooper describe la muerte de la clase trabajadora es
idéntica a la que utilizan publicaciones de la izquierda actualmente. Ahora se
dice que los temas de conversación son las acciones en la compañía de
telecomunicaciones de Gran Bretaña, o los videos, mientras en los años 50, los
sociólogos y el ala derechista del partido laborista dieron gran importancia a
la compras a plazos y al incremento en el número de coches en propiedad. A
menudo han sido los mismos trabajadores supuestamente “opulentos”, producto de
un periodo de restauración, los que se han convertido en líderes de un nuevo
resurgimiento de la lucha de clases. La “aristocracia obrera” de Cooper (los
mecánicos cualificados de la era victoriana en Inglaterra), se transformó a
principios del siglo XX en la vanguardia del movimiento obrero organizado y
militante. Otros movimientos obreros más avanzados existían entre los obreros
de la industria del metal en Petrogado, Berlín y Turín. En los años 30 y 40,
los mecánicos semicualificados de las nuevas fábricas de automóviles y de
aviones estructuraron la poderosa organización de representantes sindicales que
entre 1970 y 1974 derrotó al gobierno conservador de Edward Heath.
Es imposible
pronosticar qué formas adoptará el nuevo resurgimiento de las organizaciones,
de las luchas de la clase trabajadora. No obstante, es indudable de que la
lucha de clases se acentuará. Las profundas contradicciones en las que se
debate el capitalismo mundial desembocarán, inexorablemente, en convulsiones
sociales. Sin embargo, no es seguro que el resultado de las luchas sea la
derrota del capitalismo. Eso dependerá de cuales sean las políticas que tengan
influencia en el movimiento obrero cuando se de el enfrentamiento. Es también
indudable que la socialdemocracia derechista, para la que la lucha de clases no
es ni posible ni deseable, conducirá al movimiento obrero a nuevas derrotas, si
mantiene su predominio entre los trabajadores.
Por consiguiente, a
través de nuestro análisis llegamos a una simple conclusión práctica: es
esencial que exista una organización socialista revolucionaria, que considere
las luchas colectivas del movimiento obrero como la base para la derrota del
capitalismo y para la construcción del socialismo, a fin de salir de la crisis
actual.
* Es miembro del SWP y
escribe habitualmente en su periódico, Socialist Worker. Es Director del Centro
de Estudios Europeos en King’s College London. Sus publicaciones en castellano
incluyen Racismo y Clase y Estados Unidos: Imperialismo y guerra (disponibles
enwww.enlucha.org),
además de Un manifiesto anticapitalista, Contra el postmodernismo y Los nuevos
mandarines del poder americano.
Notas
1. E. O. Wright, Class structure and income
determination, Nueva York, 1979, pp. 7-8. Ver también G. E. M. de Ste Croix,
The Class Struggle in the Ancient Greek World, Londres, 1981, pp. 90-91.
2. Ste Croix, pág. 43.
3. Wright, pág. 17.
4. Citado en T. Rothstein, From Chartism to Labourism,
Londres, 1983, pp. 183-184.
5. Doctrina política
que propugna el libre mercado y la mínima intervención del gobierno. El nombre
proviene de Gladstone, líder del Partido Liberal en la segunda mitad del siglo
XIX. [N.E.]

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