Artículos de Opinión | Benjamín Gutiérrez Huerta* |
04-08-2012 |
Cuando hace más de dos meses comenzaron las movilizaciones del carbón en
España pocos podían imaginar la repercusión que el conflicto tendría más allá
de lo laboral, en el conjunto de la sociedad a nivel estatal y su repercusión
internacional. Como en las Huelgas de 1962 los mineros rompieron la censura
mediática. Primero en la prensa extranjera y finalmente consiguiendo llevar su
lucha a la primera plana estatal.Como es posible pues que una huelga que afecta directamente a 4.000 trabajadores y a unas comarcas mineras que han ido perdiendo buena parte de su población. Puedan tener tal repercusión en una actualidad con más de cinco millones de parados. Más aun, como es posible que consigan la solidaridad del la mayoría de la población. Tiene que ver mucho el mito del minero, forjado como vanguardia del movimiento obrero a lo largo de la historia; es el mito del dinamitero del 34 y del 36 o de las huelgas antifranquistas. Mito que pervive en la izquierda y que se reavivo a través de las redes sociales, frente al silencio inicial de los más media. Pero también es la conciencia de una clase dormida que ante la lucha que conlleva el conflicto, ve revivir la idea de lo colectivo frente a lo individual y que encontró en lo minero una referencia de unidad y solidaridad, frente a los ataques del gobierno.
Los mineros nos recordaron que la organización y la movilización son las armas de la clase trabajadora y que contra la resignación se pueden luchar y ocupar nuevamente las calles. Frente al miedo y la represión, el coraje de hombres y mujeres unidos en una misma batalla por su supervivencia. No es pues coincidencia que esta efervescencia reivindicativa se produzca con un colectivo de trabajadores y trabajadoras, que cuenta con las cifras de afiliación y participación en las elecciones sindicales de los más altos de Europa. Un sector donde la praxis sindical es parte de sus génesis y la asamblea sigue viviéndose con un espacio de soberanía. Como si de una remake se tratase, los actuales mineros y mineras, pusieron a funcionar su maquinaria reivindicativa en nuestra actual sociedad del consumo e individualismo. Como una reposición de las movilizaciones de principios de los noventa, los ochenta, el franquismo,... el clásico del fordismo del S.XX. La movilización social, la huelga, el encierro, las marchas,... métodos que nos habían dicho que estaban pasados de moda en el interactivo S.XXI. Las imágenes de los enfrentamientos con las fuerzas de disturbios, la parálisis total en la huelga general sin ningún tipo de coacción, la masa ciudadana respaldando la lucha minera,…. secuencias de película que llenaron las portadas y los telediarios.
Existió un tiempo en que la huelga del carbón paraba España, donde su calor era fundamento de industria, transporte y hogares; en el que los mineros tenían una fuerza impresionante. Cambiaron los tiempos, el uso del carbón y su importancia. De fundamental, a solo estratégica dentro de la política energética. Las huelgas ya no daban miedo al sistema, al contrario ahorraban costes de subvenciones a la producción y salarios en la minería publica, hubo que cambiar la táctica. La sola paralización del sector no era y no es suficiente. La huelga indefinida no gana por sí sola, si no que lo fundamental era y es, la movilización social como forma de presión política y económica. Ya que en el mundo minero español hubo y hay, tres patas: los sindicatos, los empresarios y el estado. Y estas tres patas se han enfrentado o aliado unos con otros según interés y conflicto. Solo la política de alianzas y la capacidad movilizara consiguen pues el objetivo que siempre ha sido el mismo. La negociación para conseguir la supervivencia de un sector que lleva en crisis y con la amenaza de cierre desde el final de la I Guerra Mundial y que vivió sus años dorados precisamente durante aquella guerra y durante la autarquía franquista. Precisamente cuando más grande fue la explotación, la enfermedad y miseria de la población minera,... más grandes fueron los benéficos que no se reinvirtió en las cuencas si no en el desarrollismo. Así pues la colectividad minera lleva en guerra más de 100 años. Cada década tiene una nueva batalla final. Siempre se dice que es la última ya que si se pierde definitivamente no habrá más oportunidades y si se aguanta o se gana, la guerra seguirá hasta el próximo envite. Una historia de huelgas ganadas como las de 1962 y perdidas como las de 1906 y 1917, de aprendizaje en la derrota para la victoria que nunca es total.
Esta primera huelga de 2012, se hizo porque no quedaba otra. Fue más buscada por el gobierno que por los trabajadores ya que el motivo de la misma fue el incumplimiento del gobierno del plan del carbón pactado y que finalizaba este año. Un recorte sin precedentes e impuesto, rompiendo la tradición negociadora del sector. Porque en la mina negociar no es entreguismo, es una ley de vida para defender lo conquistado y conseguir nuevas conquistas. Es parte de la praxis sindical que les hace fuertes como representantes de un modelo sindical tradicional más parecido al alemán o incluso al norteamericano. Fue pues una huelga inevitable y seguirá siéndolo. Porque más allá del fin de esta huelga indefinida, los recortes siguen encima de la mesa y afectaran al futuro inmediato de las empresas. Además la negociación del futuro plan 2013/2018 ya es parte del conflicto así como la fecha del 2018 para el cierre de las explotaciones. La lucha no cesa pues, al contrario, aprende y se organiza, busca nuevas y viejas formas y será como siempre por la supervivencia de un sector y de unas zonas mineras, paramos pues para coger impulso en la próxima batalla.
*Benjamín Gutiérrez Huerta Director Fundación Juan Muñiz Zapico
[Fotografías manifestación de Barcelona en apoyo a los mineros: Juanfra Álvarez]

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